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'Lo contrario de la soledad'

Los cabos sueltos
de Marina Keegan

EDUARDO ALMIÑANA. 11/05/2015 Alpha Decay edita la obra póstuma de una de las voces más prometedoras de la literatura americana, muerta en accidente de tráfico

VALENCIA. Lo contrario de la soledad bien puede consistir en que tu imagen ilustre una portada de un libro que firmas de modo póstumo. Que tu rostro sea conocido antes que tu obra por un gran público extranjero al que probablemente pensases que llegarías, pero más tarde. Lo contrario de la soledad puede ser convertirse en una voz sofocada y quedar ya protegido por el ámbar de la leyenda, ser una estrella colapsada repentinamente. Lo contrario de la soledad puede ser todo esto, algo muy distinto a lo que Marina Keegan pensaba que sería.

Magna cum laude por Yale, calificada de extraordinaria promesa de la escritura por su profesor Harold Bloom, Marina Keegan fallecía en un accidente de tráfico en Cape Cod -Massachusetts- cinco días después de su graduación. Poco antes, en su último artículo publicado en el Yale Daily News, Keegan tomaba impulso y corría hacía el trampolín sobre el abismo que le resultaba dejar la universidad en la que había pasado los últimos años. "Pero debemos tener presente que todavía podemos hacer lo que nos dé la gana. Podemos cambiar de parecer. Podemos empezar de cero. [...] La idea de que ya es demasiado tarde para hacer cualquier cosa, la que sea, resulta cómica".

Su muerte repentina, en contraposición a sus ganas de vivir reflejadas en el artículo, otorgaron al mismo el estatus de himno generacional para quienes efectivamente, podían sentirse pertenecientes a su generación, así como para todos aquellos que lo leyeron tras hacerse enormemente viral. Su incipiente celebridad se transformó en algo más grande que le trascendió, y algunos de sus textos pasaron a formar parte de este volumen que ha editado recientemente Alpha Decay en nuestro país, que lleva por título el mismo que encabezaba su artículo más célebre: Lo contrario de la soledad.

'Quiero que lo que pienso y lo que soy quede recopilado en una antología complaciente que quepa cómodamente en algún estante de una biblioteca laberíntica'.

Si bien la muerte prematura de Keegan solo ha permitido de momento elaborar esta compilación de algunos de sus relatos y ensayos, al no tener tiempo a desarrollar una obra más extensa -se fue con veintidós años-, su libro póstumo guarda un orden intrínseco que viene dado no por la temática de las historias que lo componen, tanto como por una voz sorprendentemente sólida y reconocible para provenir de alguien tan joven.

De hecho, lo que probablemente la diferencia de otros autores jóvenes, es la convicción en las posibilidades de su estilo y la confianza en su autenticidad: Marina Keegan quería ser escritora. Marina Keegan fue escritora. Una observadora minuciosa comprometida con la literatura, que hablaba desde lo que Bloom llama "la exuberancia juvenil". Conflictos amorosos y primeras veces se entreveran con profundas reflexiones sobre la temporalidad o sobre el futuro, mostrando un cosmos en expansión que lamentablemente no podrá alcanzar las fronteras que se plantearon sobre el papel. "Creo que la mortalidad, en muchos sentidos, se hace más asumible cuando pensamos en nuestros elementos eternos, la genética y el resto de cosas que nos sobreviven".

Si algo llama la atención y cautiva de esta chica de cabello rojizo y chaqueta amarilla que esboza una sonrisa de Mona Lisa en la portada, es la absoluta transparencia y honestidad con la que describe su mundo, y a sí misma. Si en el relato Fría pastoral no tiene reparos en confesar sus miedos respecto a ser realmente la otra de una pareja fallecida, en La ingenua desnuda su inseguridad y la sublima en una gran historia con un gran final.

Pero en este recorrido también hay lugar para la no ficción: Marina tuvo el valor de plantear una punzante cuestión referente al destino de sus compañeros al terminar sus estudios en Las alcachofas también dudan, una crítica a la inercia que hacía de muchos de ellos carne de un Wall Street que tal vez no deseaban cuando se matricularon, en aquel momento en que todavía parecían metas alcanzables los sueños y el cambiar las cosas. Es brillante también la descripción que hace de su coche en Estabilidad en movimiento, o la inmersión en las emociones del entrañable exterminador vocacional Tommy Hart de Mato por dinero, o la exposición sobre como manejaba su celiaquismo, sin darle demasiada importancia —es solo comida, decía—, en Contra el cereal.

SENSIBILIDAD UNIVERSAL

A Marina le preocupaba bastante el momento en que el Sol, al escasear el hidrógeno que en la actualidad emplea de combustible, comenzará su metamorfosis en gigante roja, y posteriormente en enana blanca, engullendo de paso todo el Sistema Solar y a los que en él vivan por entonces -en caso de quedar alguno-. Le preocupaba pese a quedar unos cuantos cientos de millones de años desde la fecha en que nos encontramos. Lo menciona en varias ocasiones. También le preocupaban las ballenas varadas y por encima de ellas, los humanos varados. Los acontecimientos que lo modifican todo de pronto y que no estaban en la agenda, al menos anotados con precisión. Le preocupaban los cabos sueltos.

Si hay algo contrario a la soledad es, yendo más allá de la compañía, el reconocimiento. Y el reconocimiento que recibe ahora Marina Keegan es más que merecido. Hay que leerla para comprobar que los elogios no forman parte de la legendarización que a veces se produce en circunstancias como las suyas. Es más bien resultado del qué pudo ser suspendido en el ambiente, pero sobre todo, del qué fue, que se asienta con solidez sobre lo que hoy conocemos.

Habrá que contentarse con el hecho de que al contrario que ocurre con muchos otros, ella haya tenido la fortuna de contar con el apoyo de mentores capaces de sacar a la luz este material que ahora tenemos en nuestras manos. Este en cuyo final, en una última y contundente dosis de honestidad, reflexionando acerca del muy humano y habitual schadenfreude -el placer que nos procuran las desgracias de los competidores- y del descontento que procura la suerte ajena, asegura que siente celos, "celos irrisorios, celos de cualquiera que pueda tener la posibilidad de hablar desde el más allá". Ya no hay motivos para tales celos, Marina Keegan. No los hay.

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