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75 aniversario

Reggio, reinventor del documental, se asoma al cambio climático

CARLOS AIMEUR. 24/04/2015 Su trilogía ‘qatsi' cambió el género con su estética y su sincronía con la música de Philip Glass; prepara un gran largometraje sobre el calentamiento global

VALENCIA. Lo escribió Gabriel García Márquez en Cien años de soledad: El mundo era tan nuevo que no existían palabras para describirlo; para mencionar a las cosas había que señalarlas. Koyaanisqatsi (Vida desequilibrada, 1982) y sus hermanas Powaqqatsi (Vida en transformación, 1988) y Naqoyqatsi (La vida como guerra, 2002), las películas de la trilogía qatsi, señalan. No usan palabras. No son documentales al uso. Son provocaciones, incitaciones al espectador. No guían sino muestran. Son una ventana abierta a la vida en toda su extensión. Las tres se han constituido con el tiempo en largometrajes de culto. Muy especialmente la primera; quizás la mejor, sobre todo la original. Fue la que dio a conocer a su director, Godfrey Reggio (Nueva Orleans, 1940), y la que marcó un camino que después han recorrido con acierto antiguos colaboradores suyos, especialmente Ron Fricke con Baraka (1992), y cuya huella se puede ver en el trabajo de cineastas como el austriaco Nikoaus Geyrhalter autor de una película tan recomendable como Nuestro pan de cada día (2005). 

Inquieto, intenso, siempre creativo, el cineasta, que cumplió 75 años el pasado 29 de marzo, está en la actualidad preparando un proyecto que podría ser su testamento cinematográfico. Según ha anunciado el propio director, la película se llamará Una vez dentro de un tiempo y abordará el calentamiento global. La película será contada a través de un narrador quien presentará el hielo, fuego y agua a la audiencia. "Siempre he querido hacer una película dirigida hacia los niños", explicaba al periodista Adrian Gomez. "Lo hice en Anima Mundi en 1992, que no estaba destinado para los niños, pero la respuesta de ellos fue genial". Reggio, que vive en Santa Fe, ha sido también el protagonista de un especial de la cadena pública estadounidense PBS que fue emitido el pasado 10 de abril.

En él se analizó su carrera y su particular visión del cine, que tiene una virtud por encima de cualquier otro director: Invita al que los ve a sacar lo mejor de sí mismo. El espectador, en principio pasivo, deja de serlo. Ante sus largometrajes, y en especial ante su trilogía qatsi, el público se ve obligado a plantearse preguntas que no son las tradicionales. Su cine no pretende entretener, ni formar, no domina ni apabulla, sino que aspira a crear "experiencias auténticas", en sus propias palabras. En sus documentales, por llamarlos de alguna manera, vuelca también una profunda religiosidad exenta de pose que va más allá, a la esencia de la vida. También un discurso abiertamente crítico con la deshumanización del ser humano, con la conversión de las personas en meras tuercas del engranaje vital. Y para ello no duda en usar toda la tecnología cinematográfica disponible, una hermosa contradicción que da más aliento poético si cabe a su trabajo.

Cada localización tiene su propia voz, por encima de lo que el cineasta pueda decir. Los lugares se confunden. En Koyaanisqatsi se recorre Estados Unidos de costa a costa sin separación entre localizaciones. Los Ángeles, Las Vegas, Nueva York, St. Louis, Chicago... las ciudades y parques nacionales se entremezclan. Todo forma parte del mismo paisaje. En Powaqqatsi los mineros de Serra Pelada se confunden con las mujeres de Mombasa. La noria movida a mano de la India y el cohete espacial, el judío ortodoxo del Muro de las Lamentaciones y los musulmanes de la mezquita, todo forma parte del mismo mundo. La perspectiva de Reggio es ecuménica en el sentido más estricto de la palabra. La estación de Michigan de Naqoyqatsi podría ser cualquier edificio abandonado del mundo. ¿Acaso no son todos el mismo?.

No hay caprichos en el trabajo de Reggio. Sí improvisación, sobre todo en su opera prima, un work in progress en toda regla que se extendió durante casi siete años. Todo tiene una razón de ser. La palabra está desterrada no por una cuestión formal. No se trata de epatar, sino de lo contrario. Reggio elude la voz porque el lenguaje miente. ¿Qué significa el atardecer? ¿El amanecer? ¿Las luces del tráfico de Los Ángeles? En Reggio no hay respuestas. Sí muchas preguntas. Preguntas que el espectador se hace a sí mismo. Imágenes en las que se ve reflejado, que le inspiran, le recuerdan cosas de su pasado, narraciones oídas. Sin un argumento, sin una trama, su acumulación de secuencias, de time-lapse, de slow-motion y fundidos, cobran sentido todas juntas pero no tienen razón alguna detrás de ellas. Son una carretera sin señales de tráfico, poco transitadas, porque los únicos vehículos que podemos encontrar son los de nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestras emociones. Ahí es hacia donde se dirigen sus ejércitos, a sacudir el imperio de nuestros sentidos y trastocarlo, a obligarnos a cambiar nuestra forma de ver las cosas.

Reggio soslaya la palabra pero no el sonido ni la música, que tiene una especial relevancia. Philip Glass como autor de sus bandas sonoras es parte fundamental de unos largometrajes que son como espectáculos de danza. Cada secuencia es una coreografía. Dice Reggio que cuando oyó su música supo que era su compositor. Es, sin duda, uno de los binomios compositor-director que mejor casan de los últimos cincuenta años de la historia del cine. De la importancia que el propio Reggio le da hay un dato muy esclarecedor: En Powaqqatsi el segundo nombre en aparecer en los títulos de crédito era el de Glass. La música de Glass se puede escuchar sin ver los largometrajes de Reggio. Los largometrajes de Reggio se pueden contemplar sin oír la música pero no es lo mismo; es leer sólo las páginas pares de una novela. La partitura de Philip Glass, repetitiva, siempre ascendente, nunca culminada, en pos de una intensidad mayor, ilumina unas imágenes, unos documentales construidos con un afán técnico y artístico encomiable: la búsqueda de una voz nueva, más allá del lenguaje tradicional, una voz visual, en la que imagen y sonido alcanzan el arte total, la manifestación suprema de la existencia, la trascendencia.

Católico, monje en su día, ferviente admirador de Juan XXIII, el estadounidense es según el valenciano Pau Montagud, director del festival de documentales Docs DF de México, "una persona tocada por la mano de Dios, siempre amable, dispuesto, en paz con la existencia". El certamen del país azteca homenajeó a Reggio este otoño pasado con una retrospectiva en la que se repasó su obra y, sobre todo, se proyectó su último filme, Visitors, inédito aún en España. Amable y simpático en el trato cotidiano, Reggio se mostró "muy exigente" con todos los aspectos relacionados con la proyección de la película, si bien después les felicitó porque, le dijo a Montagud, era "la mejor que se había hecho de su película". Y tras las proyecciones, recuerda, se iban él y su mujer a perderse por la ciudad de México.

La trilogía qatsi, y en especial Koyaanisqatsi, son piezas canónicas del género documental, puertas abiertas, una nueva vía en pos de un cine más real, más auténtico, más puro y, al mismo tiempo, más emocional. Un cine que, curiosamente, debe mucho al Buñuel más mexicano, el de Los olvidados (1950), una película que Reggio conoció cuando era monje y que le descubrió la capacidad de emocionar del séptimo arte. Sus películas viven en la misma zona intemporal en la que se hallan las pinturas rupestres o la Capilla Sixtina. Por ellas no pasa el tiempo. Como le dijo Francis Ford Coppola, son algo que todo el mundo debería ver. Del mismo modo que Berlín, sinfonía de una metrópolis (1927, Walter Ruttmann) enseña la Alemania pre-nazi de manera incuestionable, las películas de Reggio serán vistas el día de mañana como retratos fidedignos y fiables de la condición humana en este cambio de siglo. Serán como las pinturas rupestres de los indios hopi o de cualquier cueva europea, el testimonio de una existencia, la nuestra, tan fugaz, tan rápida, en un mundo tan reciente que no ha dado tiempo aún a encontrar las palabras adecuadas para explicar corectamente las emociones, la angustia vital, la fragilidad del ser humano. Son cosas que sólo se pueden señalar.

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