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¿Quién teme a Barack Obama?

Por FRANCISCO FUSTER (*). 05/11/2010

El pasado martes 2 de noviembre tuvieron lugar las elecciones legislativas en los Estados Unidos, con el resultado ya conocido de la abultada derrota del Partido Demócrata; en total, fueron 60 los escaños de la Cámara de Representantes que el Partido Republicano arrebató a su rivales, a los que también sustituyó en 6 escaños del Senado y en el cargo de gobernador en varios estados. En contra de lo que pudiera parecer a simple vista, era un resultado previsible y, hasta cierto punto, normal.

Previsible porque era eso lo que venían anunciando los sondeos y porque la historia electoral americana demuestra que estas elecciones de mitad de mandato, colocadas inteligentemente como un 'examen' o referéndum a la gestión presidencial de los dos años anteriores, casi siempre son ganadas por el partido de la oposición: en los últimos cien años solo dos presidentes en el poder -F.D. Roosevelt en 1934 y George W. Bush en 2002- lograron mantener el número de escaños. Y también es un resultado normal porque, como intento explicar en uno de los capítulos de "América para los no americanos" (Ediciones Idea, 2010), el ensayo sobre los Estados Unidos que acabo de publicar, si algo caracteriza al sistema constitucional americano es el modelo del 'checks and balances': la tendencia a separar y contrapesar los poderes políticos, de forma que el poder del presidente (el poder ejecutivo) sea contrarrestado o limitado de alguna manera por el poder legislativo encarnado por el Congreso de los Estados Unidos.

Pero dicho esto, y entrando de lleno en el análisis de la situación actual, sería absurdo reconocer que algo ha cambiado en la sociedad americana durante estos últimos dos años. Como ha dicho el presidente Obama en un discurso en el que ha reconocido la derrota como una auténtica "paliza" de sus rivales, no hay excusa posible que disimule unos resultados nefastos, por lo que significan de censura y castigo a su política durante estos primeros veinticuatro meses de gestión, y por lo que representan para sus intereses a medio y largo plazo, en el sentido del posible bloqueo que los republicanos van a intentar ejercer sobre su programa reformista, y de la influencia que este desgaste pueda tener pensando ya en la hipotética reelección de 2012, sobre la que ya van surgiendo las primeras dudas.

Sintetizando al máximo, y escuchando las razones de la derrota aportadas por el propio presidente, Obama -y el Partido Demócrata, que es del que forman parte los candidatos derrotados- se ha distanciado de ese mismo electorado americano que creyó hace dos años en su mensaje y le llevó con sus votos a la Casa Blanca. El furor inicial de una campaña histórica y la ilusión de unos primeros momentos de presidencia -Premio Nobel de la Paz incluido- prometedores, han dejado pasado a la pura realidad de la arena política del día a día en Washington, donde Obama se ha encontrado con un Partido Republicano enrocado, encerrado en sus principios y alarmado por el afán reformista de un presidente al que le resulta muy difícil evitar la tentación de querer pasar a la historia, aunque sea con medidas tremendamente impopulares como el rescate del sector bancario y, sobre todo, la ambiciosa y ya famosa reforma del sistema de asistencia sanitaria.

Como era previsible, las buenas intenciones de Obama se han chochado de frente con una realidad marcada inevitablemente por la crisis financiera internacional y, en el caso concreto de los Estados Unidos, por la desastrosa herencia de la Administración Bush. Por dar algún dato, hay que decir que según una encuesta realizada por Associated Press entre los votantes del pasado martes, para un 62% de los americanos la economía es el tema que más les preocupa, muy por delante de la reforma sanitaria (18%), la inmigración ilegal (8%) y la situación en Afganistán (8%).

Es más, preguntados por la posible dirección de la economía americana en el próximo año, un 87% de la sociedad estadounidense afirma estar preocupada. En este ambiente y con el caldo de cultivo que generan los agitadores de los medios de comunicación conservadores afines al Partido Republicano, se entiende que la polarización de la sociedad americana entre los partidarios de llegar hasta el final con las reformas propuestas por Obama y los que le acusan de ser un derrochador que practica una política cercana al socialismo, haya dado lugar a un fenómeno tan curioso e interesante como el "Tea Party".

En efecto, si ha habido una novedad que ha marcado estas elecciones legislativas, ésa ha sido sin duda alguna la aparición del "Tea Party" como una facción ultraconservadora dentro del Partido Republicano. El ideario del sector más radical de la sociedad americana que forma el "Tea Party" es tan simple como efectivo y, pese a constituir una novedad como grupo organizado en campaña electoral, apela a las raíces más profundas de lo que hay de tradicional y conservador en la sociedad americana: el miedo ante la inmigración descontrolada y vista como una amenaza (no solo terrorista, también como amenaza al núcleo de los valores americanos y, en algo más práctico y tangible, a los puestos de trabajo y a la economía del país) y la defensa de la austeridad en el gasto del gobierno.

Frente a la ampliación de las coberturas sociales propuesta por Obama, el "Tea Party" ha sabido aglutinar el sentimiento de esos millones de americanos que creen en la veracidad de aquella célebre máxima expresada en su día por Ronald Reagan cuando el por entonces presidente del país afirmó que, en Estados Unidos, "el gobierno no es la solución a los problemas; el gobierno es el problema". A los ojos del americano medio de ideas conservadoras, las reformas que pretende Obama exceden un límite sagrado en los Estados Unidos: el límite que se estable, precisamente, entre el gobierno y el ciudadano, entre la intervención estatal y la intromisión del gobierno en el terreno de las empresas y la libre iniciativa individual de las personas. Por decirlo gráficamente, lo que representa el "Tea Party" y su afán de alarmar a la sociedad americana apelando a la prudencia es, ni más ni menos que el miedo, el miedo a que el presidente Obama subvierta lo que ellos consideran la base de la sociedad americana.

Estas elecciones nos han servido para ver quién teme a Barack Obama porque han sido un síntoma de este miedo y de este rechazo, pero han sido también un toque de atención a un presidente que debe despertar de su sueño a la voz de "ya" y debe saber que para gobernar en un país ideológicamente tan dividido necesita contar con la oposición y hacer gala de ese talante dialogante del que presumió durante la campaña presidencial. Viendo la reacción de Obama a las elecciones, es evidente que ha tomado nota y que a partir de ahora tendrá más presente que su poder no es absoluto y que tiene que sacar adelante las leyes con la ayuda o la aprobación de sus rivales; no tanto del "Tea Party", que todavía debe confirmar si ha sido algo espontáneo y coyuntural o si tiene un recorrido más largo, como sí del sector moderado del Partido Republicano. De lo contrario, estos dos años de presidencia que le quedan se le van a hacer muy largos... Pronto lo iremos viendo.

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(*) Francisco Fuster es becario de Investigación en la Universidad de Valencia

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