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Con una pequeña ayuda de mis amigos: el socorrido recurso comercial del dueto

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA. 28/03/2015 Van Morrison es el último en sumarse a esta práctica, trillada maniobra que en ocasiones también depara grandes álbumes

VALENCIA. En el ranking de trabajos alimenticios, los discos de duetos ocupan un plano primordial. Seguramente no tan destacado como el de los álbumes en directo o los recopilatorios al uso, esos clásicos del nadar y guardar la ropa que, salvo benditas e históricas excepciones, ayudan a aliviar etapas de sequía creativa o dubitativos paréntesis. Pero también esencial y socorrido como aquellos a la hora de entretener al personal en esos lapsos de tiempo en los que el músico busca nuevos estímulos o aportaciones de savia nueva con los que encontrar un nuevo impulso. Las obras maestras suelen ser otra cosa. Aunque entre las colecciones de colaboraciones insignes, ya sea vocales o meramente compositivas, no falten algunos discos para el recuerdo. La tónica general, no obstante, es la que suelen marcar esos almibarados álbumes que parecen diseñados para ser precintados con un lacito rojo y regalados por Navidad. La insondable profundidad del American Songbook del siglo XX.

El último músico célebre en hilvanar una sucesión de duetos, en esta ocasión acompañado por una amplia nómina de compañeros de profesión (todos más jóvenes), es Van Morrison. Así pues, Duets: Reworkig The Catalogue (RCA), publicado esta misma semana, supone la recuperación de algunos temas nada obvios en el catálogo del gigante de Belfast, con la colaboración de músicos como Bobby Womack, Mavis Staples, Natalie Cole, Mick Hucknall, Steve Winwood, Mark Knopfler o Michael Bublé.

El resultado es tan impecable como acomodaticio, tan elegante y sedoso como previsible. Pero la maniobra cobra plena lógica si tenemos en cuenta que estamos hablando de un músico legendario que lleva, no obstante, muchos años instalado en la inercia de álbumes de aliento genérico, ejercicios de estilo, discos en directo y demás entregas marcadas por lo funcionarial. Y que, por cierto, ya había compuesto hace muchos años un álbum íntegramente a dúo: el You Win Again (Point Blank/Virgin; 2000) que editó junto a Linda Gail Lewis, hermana de Jerry Lee Lewis.

El suyo es el último capítulo de un especie de género que rara vez supera lo anecdótico, pese a la conjunción de enormes talentos que muchas veces recrea. Pero que en las contadas situaciones en que lo hace, es capaz de alentar algunas obras tan perdurables como irrepetibles.

PEQUEÑAS PERO LETALES DOSIS

Por pura lógica operativa, el single es el formato que mayores duetos célebres ha facturado desde la noche de los tiempos. Los que hay que cimentaron su poder de atracción en la alternancia femenina-masculina, jugando al contraste entre la bella y la bestia. Ese es el caso de las colaboraciones entre Serge Gainsbourg y Jane Birkin, o entre el propio Gainsbourg y Brigitte Bardot. La misma escuela de la que bebieron Mick Harvey-Anita Lane, Nick Cave-Kylie Minogue o Dean & Britta (líder y bajista de Luna), entre otros.

Paul McCartney y Michael Jackson, un dueto muy comercial.

Glosar algunos de los duetos ocasionales más memorables (y más lamentables) de las últimas décadas daría para redactar un capítulo aparte. Cosa que tampoco descartaríamos en una próxima entrega. Porque transitar de lo sublime (Kate Bush-Peter Gabriel y su ‘Don't Give Up', por ejemplo) a lo incomprensiblemente relamido e insustancial (Michael Jackson-Paul McCartney y sus 'Say, say, say' y ‘The girl is mine', sin ir más lejos) es algo consustancial a esta clase de composiciones, generalmente alentadas por el capricho. Tampoco alianzas como la de Mick Jagger-David Bowie (el clásico ‘Dancing In The Street' de Martha Reeves & The Vandellas) ayudaron a disipar esa sensación de enorme derroche de talento que destilan algunos de estos singles. Sin relación proporcional alguna con la acumulación de genio que se les presupone.

En clara sintonía con el talante conservador que se les confiere, fue la escena del country más comercial  de los años 70 y 80 la que con mayor profusión explotó esta clase de ententes a dos bandas. Y la que sentó precedentes para una postrera prospección del terreno. ¿Quién no recuerda los dúos formados por Kenny Rogers y Dolly Parton? ¿O los de Johnny Cash y June Carter Cash? ¿O, más recientemente, el de Sheryl Crow con Willie Nelson (sí, el mismo que se marcó un inenarrable dueto con Julio Iglesias a principios de los 80)?

EXPEDIENTES EQUIS

El tema de los duetos entra en terreno escabroso cuando se atreve a rizar el rizo para valerse de voces de seres que ya no están con nosotros. Puede parecer un ejercicio de necrofagia sonora, pero si los pingües beneficios que comportan vienen además avalados por los propios familiares de esos célebres finados, ¿quiénes somos los demás para arquear la ceja insinuando que habemus dislate?

En 1991, el que fuera director musical de Elvis Presley en los años 70, Joe Guercio, tuvo la feliz idea de que la voz original de Nat King Cole, grabada en 1951 (falleció 14 años más tarde, en 1965), fuese recuperada con la excusa de marcarse un dúo imposible con su hija, Natalie Cole. El enorme éxito del tema dio paso a un álbum, Unforgettable... with Love (Elektra, 1991), que fue siete veces disco  de platino y logró seis premios Grammy en 1992. Infalible.

Curiosamente, la figura de Elvis Presley volvió a resurgir con fuerza (aunque no consta que Joe Guercio, fallecido en 2005, tuviera nada que ver con ello) en 2001, cuando el DJ holandés Junkie XL tramó una exitosa remezcla de ‘A Little Less Conversation', originalmente grabada en 1968 pero convertida ahora en un tema dance que se encaramó al número uno de las listas de más de 20 países. Big Beat tardío y ciertamente mortuorio, pero de éxito inapelable. Como para andarse con dilemas morales.

ROZANDO EL CIELO

Los álbumes de duetos de Frank Sinatra desde los años 70, haciéndose rodear por Luther Vandross, Bono, Chrissie Hynde, Jimmy Buffett o Kenny G, han ido marcando el canon más arquetípico. Esa tradición también la continuaron la retahíla de duetos facturados en álbumes casi navideños por Tony Bennett (el último fue junto a Lady Gaga, pero el más reseñable de verdad es el que grabó hace más de una década junto a K.D.Lang).

Tony Bennet y K. D. Lang, un dueto reseñable grabado hace una década.

Voces venerables, ya ahítas de fuelle, que se ponen al servicio de una nómina de intérpretes mucho más jóvenes, cada una al servicio de un tema concreto. Y que les reportan el mantenimiento de su presencia mediática en ejercicios creativos sobre una amplia red de seguridad, sin apenas riesgo dado el excelente material compositivo con el que ya cuentan y el vasto dispendio en su producción.

Ese, que no deja de ser el molde al que se ajusta también el último trabajo de Van Morrison, es el modelo mayoritario. Pero las cosas cambian cuando son dos compositores afamados quienes se ponen manos a la obra, codo con codo. O cuando uno de ellos se beneficia del soporte instrumental del otro, que muchas veces ejerce de banda de apoyo, determinando (y no solo coadyuvando) al pulimento final de su sonido.

En esas lides, no se puede decir precisamente que abunden las obras maestras. Pero sí se puede constatar la existencia de puntuales milagros creativos, que acaban sumando (al contrario de lo que ocurre en la mayoría de casos) más que la suma de sus partes. Esos discos que terminan por redimensionar las carreras de sus artífices.

Uno de ellos fue, sin duda, el celebrado My Life in the Bush of Ghosts (Sire/Warner, 1981), el inolvidable álbum en el que Brian Eno (instigador genuino del ambient) y David Byrne (impulsor del africanismo pop desde el art punk de Talking Heads) unieron sus fuerzas. Otro fue el maravilloso Painted From Memory (Mercury, 1998), que se marcaron Elvis Costello y Burt Bacharach, ambos en completo estado de gracia. Costello, de hecho, ya tenía entonces cuajo tras haber grabado junto a The Brodsky Quartet y antes de volver al formato tête a tête con Allen Touissant y más tarde con The Roots.

El espléndido Raising Sand (Rounder, 2007), en el que Robert Plant y Alison Krauss unieron fuerzas, también apuntaba en esa dirección. Y poco más o menos lo mismo cabe decir de aquel extraordinario Mirror Ball (Reprise, 1995) con el que Neil Young ratificó, por si alguien aún no se había dado cuenta ya a aquellas alturas, su condición de venerable padrino del grunge, ya que lo grabó con Pearl Jam como banda de acompañamiento.

En un plano más modesto y también más terrenal, haciendo las delicias del oyente sin por ello postularse a la inmortalidad, tenemos últimamente los álbumes de versiones  de clásicos del pop que Matthew Sweet y Susana Hoffs (The Bangles) han ido despachando en los tres volúmenes de la serie Under the Covers (Shout! Factory), en 2006, 2009 y 2013. Y por supuesto, la primorosa discografía de She & Him, el dúo formado por M. Ward y la actriz Zooey Deschanel, concretada en cinco álbumes desde 2008 a 2014 en los que, por no faltar, ni siquiera falta la entrega navideña de rigor.

Porque los duetos pueden parecer a veces completas pérdidas de tiempo, sumidas en la complacencia. Pero a veces también han deparado obras magnas, de las que se instalan en la memoria para no abandonarla jamás.

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2 comentarios

juan escribió
07/04/2015 22:21

Que pesima redacción. Pseudointelectualismo. Por cierto todos los lapsos son de tiempo.

Daniel Sáenz escribió
28/03/2015 16:09

La canción evony and ivory fue escrita y realizada por Paul McCartney y Steve Wonder. Con Michael Jackson compuso Say Say Say y otras.

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