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Lamu Yoga Festival, una experiencia (casi) religiosa

ANA MANSERGAS. 22/03/2015

CRÓNICAS DE ÁFRICA

Ana Mansergas

Periodista
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LAMU, KENIA. Shunah acaba de terminar su primera clase de yoga. Ríe, conversa con las otras mujeres, está radiante, contenta, feliz... Su marido le dio permiso para ir y probar qué es esto de yoga. Y ella está más que agradecida. Ya sabemos que en determinadas familias de esta comunidad todavía el hombre es quién decide qué hace su mujer, dónde va, con quién... Y lo asumimos como tal. A mi me sigue creando muchos conflictos internos en los que ahora no voy a entrar.

El caso es que Shunah ha asistido a yoga por primera vez. A una clase sólo para mujeres principiantes que incluye la programación del Lamu Yoga Festival con la idea de que se convierta en un hábito con el tiempo. El festival de yoga pretende popularizar el yoga, acercar al yoga a todas las mujeres que muestren interés y que se convierta en una actividad de fácil acceso para todos los locales de esta comunidad musulmana.

El festival ha incluido actividades para involucrar a la gente de Lamu además de acoger a más de cien personas que han venido de fuera para participar en actividades de todo tipo y en casi un centenar de clases de diferentes tipos de yoga en cuatro días: Dru yoga, Kundalini, Astanga, Restorative, Vinyasa, Baptiste Power, Yoga Core, Hot Yoga, Power Yoga, Early bird Yoga, Meditation y otros.

El festival se celebra en una de las playas más bonitas del archipiélago de Lamu, Shela, ldonde residen los europeos pudientes, poseedores de majestuosas casas mirando al mar y que decidieron en un momento cambiar sus vidas, venir y disfrutar de uno de los paraísos de África. La playa de Shela forma parte del archipiélago de Lamu, tiene un pueblito que le da vida a la zona del mismo estilo que Lamu pero sin el encanto decandente, sucio y auténtico que tiene Lamu.

En Shela puedes caminar descalza tranquilamente por sus calles estrechas y limpias, observando sus casas swahili de acabados europeos, comer con calidad y mejores vistas en uno de los restaurantes más recomendables para los extranjeros que visitan el archipiélago, y poco más.

Es un pueblo muy tranquilo y residencial. Tiene una playa maravillosa que nunca se termina de arena blanca, sin construcción alguna y que sólo de mirarla y recorrerla te transporta a otro planeta. El planeta de la naturaleza pura y dura, de los paisajes vírgenes, de los azules azules, de los verdes, de los blancos... así es Shela.

El único problema que tiene es que por la influencia de los europeos parece que estemos en un pueblo artificial y construido sólo para deleitarnos las vista y los sentidos, pero no es así, Shela siempre fue un pueblo de pescadores y existió antes que los turistas aunque tengan una presencia importante y un poder de decisión a golpe de talonario.

Dicen las malas lenguas que los rezos en las mezquitas de Shela no se oyen tan alto ni tan fuerte como en Lamu porque los residentes europeos pagan a los imanes musulmanes la cantidad necesaria para bajar el volumen de las mezquitas a horas intempestivas del día, sobre todo al amanecer. Un rumor que nunca se llega a confirmar.

Las mezquitas, su comunidad musulmana, la arquitectura swahili, las calles estrechas... Todo el encanto de la ciudades árabes hacen que Shela esté muy lejos de ser invadida como destino turístico barato, con construcciones horribles y playas contaminadas; el turismo de Shela es de un nivel medio-alto con todo lo que ello implica, para bien y para mal. Un nivel que contrasta con la media de su gente, que puede cobrar 50 euros al mes por un trabajo cualificado como profesor, por ejemplo, o que puede pagar por el alquiler de una casa entre 50 o 70 euros mientras que un europeo llega a pagar unos 500 euros.

Eso si, estamos hablando de casas de calidades diferente habitadas por dos comunidades diferentes que conviven, la de la gente local y la de los extranjeros residentes o mzungus. Ambas se juntan en espacios comunes, parece que convivan pero realmente llevan vidas totalmente alejadas. En Shela este contraste es más evidente y mayor que en el resto del archipiélago de Lamu.

En este contexto se celebra el Festival de Yoga en Lamu que comenzó a organizar el año pasado Monika, una de sus europeas. Monika es genial. Holandesa de nacimiento y más de 20 años viviendo en Lamu gracias a su centro de yoga, Banana House, una de las casas más lindas de Shela cuyo nombre viene por el padre de su hijo. Banana me cuenta que le gusta ir a Holanda de vez en cuando, suelen ir una vez al año por unos meses. Imagino que al principio el shock sería grande pero poco a poco se ha convertido en una rutina agradable y posiblemente necesaria. Tanto Monika como Banana emiten una energía muy positiva, posiblemente producto de su estilo de vida y su filosofía en torno al yoga.

La primera vez que llegué a Nairobi hace dos años me sorprendió la gran afición que existe en Kenya hacia el yoga. El yoga como mantenimiento y como filosofía de vida. Yo había estado haciendo Bikram Yoga en Valencia durante un año. Me encantaba, y cuando llegué a Nairobi otra de las cosas que impresionó, no la única, fue la afición que había al Bikram.

A partir de ahí durante las semanas que estuve viviendo en la capital, asistía a clases de yoga y me adentré en el "universo yóguico keniano". De hecho conocí un proyecto social muy interesante relacionado con esta disciplina donde el yoga se convierte en la salida para muchos jóvenes de las drogas y de la mala vida que dan los slums (barriadas de chabolas) en Nairobi, un proyecto especial que contagiaba de buena vida a los jóvenes en exclusión.

El proyecto se llama África Yoga Project y os recomiendo conozcerlo. Brutal. A partir de ahí empecé a darme cuenta de la cantidad de tentáculos que despliega el mundo del yoga y que consigue convertirse en una herramienta de unión. De hecho el Lamu Yoga Festival ha conseguido unir a mujeres como Shunah que por la calle prácticamente no interactúan con las msuzugus y que prácticamente no saludan ni miran a la cara por motivos culturales, con mujeres europeas en un mismo espacio practicando una disciplina que va más allá del ejercicio físico y mental que supone.

Practicar yoga con mujeres swahilis ha sido una de las experiencias más divertidas, especiales y únicas dentro del festival. Sobre todo por la posibilidad de estar cerca de ellas, de compartir con ellas. No todas ellas participaban, de hecho solo las más maduras que ya han superado muchas de sus vergüenzas y de sus miedos. Las jovencitas sólo miraban. Vestidas y tapadas con su ropa ordinaria demostraban esa flexibilidad corporal que sólo les da una vida más rural, sin comodidades europeas.

Estas mujeres no están "oxidadas" como la mayoría de blancas, tienen una flexibilidad envidiable y desarrollan unos movimientos pélvicos y de cintura imposibles de copiar. Existe una postura típica africana y muy machacada en imágenes que evidencia esta flexibilidad de la que hablo: la típica imagen de la mujer africana trabajando en el campo, lavando ropa o fregando platos, en pie, con las piernas estiradas, flexionando el tronco y manteniendo recta la espalda durante minutos que se convierten en horas para cargar a los bebés o cualquier otra objeto que se precie. Es una postura muy africana imposible de mantener si no es con mucho entrenamiento y años de trabajo y bebés a tus espaldas.

Para algunas de estas mujeres swahilis ir a yoga es algo más que practicar ejercicio. Es acceder a una actividad organizada por mzungus, es tener un rato para ellas, alejadas de sus maridos, hijos y de sus obligaciones caseras. Para mi, ir a yoga con estas mujeres ha sido una de las mejores experiencias en Lamu. Una vez más se cumple uno de los objetivos del yoga, personalizar esta práctica y huir de estructuras rígidas, marcadas y establecidas. El yoga es algo muy personal y cumple una función diferente, personal e intransferible.

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