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Viviendo de rentas:
bandas casi relevantes
que viven del pasado

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA. 21/03/2015 Los últimos años han sido duchos en músicos que prolongaban en público su declive sin que su cartel se resintiera

VALENCIA. Criar fama y echarse a dormir. Vivir del rédito de un estado de gracia fugaz, pero nunca repetido. Descansar tranquilamente sobre los acomodaticios lugares comunes de muchos medios: los mismos que no disciernen entre relevancia creativa y el mucho ruido (pero pocas nueces) de los ocasos con estruendo. Que no dejan de ser ocasos, al fin y al cabo.

Uno de los fenómenos más llamativos de los últimos tiempos, en los que el entramado de grandes festivales condiciona la agenda mediática de forma cada vez más determinante, es el de aquellas bandas que encuentran en el totum revolutum de esta clase de citas el mejor salvoconducto para seguir procurándose el destello de los grandes focos.

El formato comprimido y de grandes éxitos de sus actuaciones facilita que las grietas del discurso se disimulen mucho mejor, claro. Pero no son los festivales (al fin y al cabo, estos tampoco son ONGs) los únicos que contribuyen a la desproporción entre los méritos contraídos por algunos y los titulares a ellos reservados.

Entre el hype, ese éxito fulgurante aupado por los medios de referencia con una discografía aún balbuceante, y el escarnio público de una carrera tan larga como decadente, que va paseando sus vergüenzas por esos escenarios de dios, hay un término medio. El de esas bandas que habitan una suerte de limbo en el que se les perdona casi todo. Precisamente por haber rozado la gloria de forma temprana: con uno o dos discos, a lo sumo, generalmente los primeros trabajos. Pero que han sido incapaces de administrar su inspiración de forma que el carburante les alcanzase para sostener una carrera de largo recorrido y creatividad sustanciosa.

Esos grupos que viven del fulgor de sus primeras canciones tratando de prolongar el idilio con su parroquia. Haciendo suspirar a su base de fans por el reparto racionado desde el escenario de esas migajas con las que recordar que una vez fueron grandes. Aquellos que, pese a no dejar de facturar nuevos discos e incluso a veces explorar nuevas vías de expresión (algo que los honra), viven más del pasado que del presente. Aunque la mayor parte de su clientela siga sin darles la espalda, y su nombre se siga escribiendo con caracteres de honor en las citas más renombradas. Son los rentistas del rock. Y hoy abordamos unos cuantos casos.

REBOZADO BRIT POP SIN FECHA DE CADUCIDAD

Hoy en día están en barbecho, quién sabe si definitivo. El propio Noel Gallagher nos contaba, en una reciente entrevista para el mensual Mondo Sonoro, que solo reuniría de nuevo a Oasis por 50.000 millones de libras. Y el sano aperturismo que exhibe Chasing Yesterday (Sour Mash, 2015), su reciente álbum junto a su banda actual, los High Flyin' Birds, da buena cuenta de su intención (no resuelta del todo, pero loable) de soltar amarras con el pasado. Pero durante muchos años Oasis han sido el paradigma de banda rentista, viviendo del crédito de sus dos primeros álbumes (los miméticos pero extraordinarios Definitely Maybe, de 1994, y What's The Story, Morning Glory?, de 1995, ambos editados por Creation) ante una espiral de álbumes posteriores en los que costaba dios y ayuda encontrar nuevos destellos de genio.

Desde 1997 a 2009, sus discos solo variaban de forma apenas perceptible en el porcentaje de temas realmente dignos de figurar en una recopilación sin por ello palidecer ante sus himnos (los menos) y aquellos que no pasaban de medianías (los más). No dejaron, eso sí, de acaparar titulares por el camino. Y aquellas canciones de mediados de los 90, reflejo sonoro de aquel eufórico estallido brit pop tan en sintonía con el nuevo laborismo de Tony Blair, siguen siendo las más celebradas en los conciertos de Noel.

EXPRIMIENDO LA GRAN MANZANA HASTA DEJARLA SECA

El de The Strokes es otro caso digno de estudio. Fueron anunciados a bombo y platillo, a través de una lona gigante, como reclamo más poderoso del festival de mayor prestigio internacional de entre los que se celebran en nuestro país, el Primavera Sound de Barcelona. Pero llevan nada menos que 12 años (desde Room On Fire; RCA, 2003) sin entregar un álbum consistente.

Is This It (RCA, 2001), su debut, deslumbró y encarnó mejor que ningún otro el renacer de una forma descarnada y crepitante de entender el rock. Con denominación de origen neoyorquino. Y aún con sus costuras al aire, crearon escuela. Pero se han pasado más de una década compitiendo consigo mismos por certificar si cada nuevo desliz era mayor que el anterior, pese a la tibia recuperación que apuntó Angles (RCA, 2011). Pese a todo, siguen siendo un señuelo popular mucho más potente que cualquiera de los trayectos que Julian Casablancas o Albert Hammond Jr. han emprendido por su cuenta. Parece que preparan nuevo disco para este año. Y no parece que a casi nadie le importe, pese a que la expectación por cualquier cosa que hagan sobre un escenario la tienen más que garantizada.

CUANDO LA SOMBRA DEL POST PUNK ES ALARGADA

Tienen un directo tan efectivo y bien delineado, que a menudo parece fácil olvidar que los británicos Editors han seguido un rumbo de lo más errático desde que debutaran en 2005 con el estupendo The Back Room (Kitchenware Records). Convertidos entonces en el antídoto perfecto para no echar de menos a los inspirados Interpol de su álbum de debut (más adelante iremos también con ellos), Tom Smith y los suyos han ido validando en los últimos años esa teoría no escrita que establece una relación inversamente proporcional entre merma en inspiración y perfeccionamiento de la propia capacidad escénica.

Aquel lejano debut fue intachable, pero no puede decirse lo mismo ni de sus devaneos electrónicos (In This Light and On This Evening; Kitchenware, 2009) ni de sus intentos por reverdecer aquellos laureles sostenidos en una tenebrosa fibra post punk (The Weight of Your Love; Kitchenware, 2013). Sin embargo, sobre el escenario y en dosis medidas, extraen el máximo partido posible a sus argumentos. Nuestros grandes festivales dan fe. Y aún explotan su tirón, aunque sus sets apenas registren variaciones en los últimos años.

EL EFECTO PLACEBO QUE NO CESA

Otros que tal. No se trata de caer en el síndrome de que cualquier tiempo pasado fue mejor. O de que no hay nada como los discos de debut. Es mucho más sencillo. Tanto como constatar que la carrera de Placebo ha sido un permanente revolcón en el fango de  lo anodino desde Black Market Music (Virgin, 2000), su tercer álbum. Nunca lucieron más atinados que en sus primeros dos trabajos, Placebo (Caroline, 1996) y Without You I'm Nothing (Virgin, 1998). A medida que fueron añadiendo hojarasca a sus canciones (electrónica, esquirlas metálicas), estas fueron promediando de forma cada vez más discreta. Sus directos son todo potencia, pero no por ello dejan de certificar la carencia de naturalidad de una banda que ya solo puede suplir su sequía de ideas con una grandilocuencia modulada al por mayor. Con todo, siguen congregando multitudes.

LA POLICÍA MÁS EN ENTREDICHO

La carrera de otros neoyorquinos de pro, Interpol, ha sido un perpetuo quiero y no puedo en los últimos trece años. Turn On The Bright Lights (Matador, 2002) era resultón, seductor, infalible. Pero todo lo que editaron desde entonces fue una pálida fotocopia, pese a la pericia mostrada aún en algún single puntual. Como una banda de versiones de sí mismos, prematuramente envejecida. Aun así, se las han apañado para suscitar cierta expectación con cada nuevo disco (y la consiguiente nueva decepción) y ganarse un hueco en los escenarios de medio mundo.

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