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CARTAS DESDE ASIA

Singapur: jaula dorada de orquídeas y horcas

LUKE STEGEMANN. 11/03/2015

VALENCIA. Singapur, país de origen del nuevo dueño del Valencia CF Peter Lim, abarca un poco más que una isla ecuatorial colgada del extremo de la península malaya, sin recursos naturales ni espacio donde crecer. Una ciudad-estado preciosa y moderna, rica y húmeda, donde se mezclan las tradiciones malayas, chinas e indias con un pasado colonial-británico. Singapur es un punto de referencia para el amante de la cocina asiática y los mercadillos callejeros, la arquitectura y urbanismo vanguardistas... y sin faltar las compras de lujo.

Al mismo tiempo, puede agobiar por su culto a la conformidad, no sólo en sus muchas leyes penales que controlan el comportamiento tanto de visitantes como de residentes, sino también en cómo esos residentes interiorizan esa llamada a la disciplina total.

Los beneficios de un Estado tan paternalista como eficaz se manifiestan por una parte en el alto grado de viviendas de protección oficial -nada desdeñable- donde viven más del 80% de los habitantes Y la calidad de su sistema educativo: aprender se toma muy en serio. Por otra parte, y curiosamente, el chicle es ilegal.

Hace años, ante el reclamo de que el chicle ayuda a la concentración creativa, Lee Kuan Yew, el autoritario ‘padrino' del Singapur moderno, contestó: «Si necesitas masticar para ser creativo, cómete un plátano». Ilegal también es tirar papeles en la calle, o cruzar un paso peatonal indebidamente. Y hasta hace poco, practicar el sexo oral. Este último sigue siendo ilegal entre hombres. Son sólo detalles. Una jaula dorada, Singapur combina su más alta tecnología y servicios financieros con una limpieza urbana y moral impresionante. Impera la ley: las orquídeas de sus preciosos jardines se mezclan con las horcas de su famosa cárcel de Changi, donde los viernes por la mañana son ejecutados los condenados a la pena máxima.

Pero Changi, para millones de pasajeros, significa el magnífico aeropuerto de Singapur. Eficaz, moderno, puntual, limpio, dedicado a la satisfacción del pasajero. Pero hay ciudades que tienen historia y resonancias profundas: Changi también es un nombre infame en mi país, Australia: allí estuvo ubicado un campo de concentración japonés donde murieron miles de soldados aliados durante la II Guerra Mundial. Y los que consiguieron sobrevivir fallecieron en la construcción del fatídico ferrocarril de Birmania. Cuando paso por Changui, me entran escalofríos al pensar en tanto sufrimiento -el del pasado o el del presente y cercano corredor de la muerte- muy lejos de la ‘república de diversión' como Singapur se anuncia hoy en día. Y el Gobierno es implacable con su pena de muerte: no suelen servir de nada las peticiones de clemencia en nombre de sus ciudadanos.

Sin embargo, y a pesar de su reputación por el inflexible control social (el castigo con vara sigue en vigor), Singapur está cambiando, al menos en las apariencias. Cada vez más suben a posiciones de influencia jóvenes con mucha experiencia adquirida en países más liberales. Poco a poco, Singapur está intentando dejar a un lado los excesos de su disciplina asiática-militar. Cuál fue mi sorpresa, volando entre Barcelona y Singapur hace poco, al encontrar entre las películas destacadas la producción francesa La Vida de Adèle. Explícitas escenas lésbicas llenaron mi pantalla, cosa antes impensable en Singapore Airlines. Apagué la película por pudor: en un avión, según donde estés, hasta 100 personas pueden saber qué película has seleccionado. Y yo era la única persona disfrutando de esa Adèle.

Las cosas no siempre son lo que parecen a primera vista. Hace cinco años tuve la oportunidad de pasar una mañana entrevistando al doctor Cheong Choong Kong, antiguo director ejecutivo de Singapore Airlines. Pasó de ser una línea regional de poca monta a convertirse en una de las principales aerolíneas del mundo, con 27 años ininterrumpidos de beneficios. Era un hombre que encarnaba al Singapur oficial: profesor de matemáticas convertido en empresario serio, disciplinado, sabio, conservador, emprendedor, hombre de familia, sin cadáveres en el armario. Sin embargo, mantenía una doble vida: apasionado actor desde su juventud, el Dr. Choong formaba parte en su tiempo libre del reparto de una de las comedias más populares de la televisión de Singapur.

A diferencia de algunas antiguas colonias británicas, Singapur no ha heredado el vicio de las apuestas. Durante las últimas décadas se ha convertido en un centro de finanzas de referencia mundial, un pequeño Estado cuyo éxito se deriva de una ‘economía de conocimiento' muy desarrollada y de la autodisciplina de sus ciudadanos.

Presume de su flamante carrera nocturna de Fórmula 1 y una actividad artística y cultural muy viva. Una clave: el presente tiene que servir para los intereses de las generaciones futuras. Sus valores son seriedad y rigor, estabilidad, seguridad, familia, disciplina, limpieza (en todo) y maneras impecables. Peter Lim exigirá lo mismo al Valencia CF.

(Este artículo se publicó en el número de diciembre de la revista Plaza) 

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