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LA PANTALLA GLOBAL

'Tusk': Ascensión y caída estrepitosa de Kevin Smith

EDUARDO GUILLOT. 06/02/2015 Se estrena la última y extravagante película de uno de los directores más imprevisibles del cine estadounidense contemporáneo

VALENCIA. Hubo un tiempo en que esperábamos con ansiedad cada nueva película de Kevin Smith. Un tiempo anterior a Jersey Girl (2004) o Vaya par de polis (Cop Out, 2010), dos de sus mayores fiascos como cineasta. Un tiempo en que su nombre era sinónimo de incorrección política, mala uva y diversión sin complejos. Al fin y al cabo, resultaba lícito suponer que un tipo que había debutado con la irreverente Clerks (1994) podía seguir haciendo grandes cosas.

De hecho, las hizo, como demostraría en Persiguiendo a Amy (Chasing Amy, 1997). Y los estudios más importantes eran conscientes de su talento, hasta el punto de encargarle el guión con el que se suponía iban a reflotar el personaje de Superman, en 1996. La historia de los desencuentros entre Smith y la gran industria es una de las más hilarantes del Hollywood de los últimos años, y el mismo director la contó en un video antológico.

Aquel Kevin Smith ha pasado definitivamente a la historia. Este fin de semana llega a las pantallas españolas Tusk (2014), su última película, y parece complicado que en el futuro pueda realizar un film más estrambótico. Porque quizá Tusk sea una propuesta personal, que lo es, y una reivindicación del arte de contar historias (venga, va, aceptamos pulpo), pero también se erige como una de las cintas más ridículas de las últimas décadas, en la que el director estadounidense propone una mezcla de géneros que nunca llega a cuajar y que convierte el resultado final en un indigesto pastiche. Si, no obstante, tienen pensado ir a verla, dejen de leer, porque se avecinan spoilers.

EL HOMBRE MORSA

A favor de Kevin Smith habría que apuntar que ha jugado al más difícil todavía, con una película en la que se salta las normas de género cada dos por tres. De hecho, el comienzo recuerda algunas de sus comedias gamberras, con un par de personajes que se dedican a realizar un grosero podcast en el que incluyen videos divertidos de internet y dan cancha a todo tipo de freakies, de los que se burlan sin piedad.

Uno de los creadores del espacio radiofónico, Wallace Bryton (interpretado por Justin Long), viaja a Manitoba (Canadá) en busca de un chaval que se grabó mientras hacia tonterías con una katana y terminó cortándose una pierna. La idea es hacerle una entrevista que hurgue en su desgracia. Bryton es arrogante, un auténtico niñato convertido en estrella gracias a su programa, con quien es imposible empatizar.

Pero hete aquí que el bueno de Wallace llega a Canadá y el chaval se ha suicidado. Así que, como igualmente ha hecho el viaje, decide quedarse por allí un par de días por si localiza algún otro pardillo con algo interesante que contar. En los urinarios de un bar se topa con un cartel escrito a mano por un hombre que ofrece alojamiento y buenas historias.

Convencido de que puede ser un filón, le llama por teléfono y alquila un coche para ir a visitarlo al recóndito paraje donde vive. Cuando llega, se encuentra con una gran casa (una mansión, en realidad), lúgubre y algo sombría, en la que habita un anciano llamado Howard Howe (¿un homenaje a Howard Hawks?), que vive confinado a una silla de ruedas. La diáfana iluminación del principio del film cambia radicalmente, se vuelve oscura y contrastada, como si el espectador se introdujera en un cuento de terror. Y así va a ser.

Howe (interpretado por Michael Sparks) narcotiza a Bryton y lo inmoviliza. Descubrimos que, en realidad, no necesita la silla de ruedas. Y lo que es peor: ¡Que le ha cortado una pierna a su huésped! La película entra de lleno en territorio terrorífico, con claros ecos de Misery (Rob Reiner, 1990). Pero la obsesiva historia de Stephen King (quien declaró que era una metáfora sobre su adicción a la cocaína, con Kathy Bates encarnando a la droga) se queda en juego de niños cuando descubrimos las verdaderas intenciones de Howe. En el pasado, el anciano fue marinero, y durante una de sus travesías vagó perdido por el océano y solo encontró amistad en una morsa. Decepcionado con la raza humana, tratará de convertir a su víctima en tal animal. Quirúrgicamente. Tal como suena.

Quizá el error de Smith es mostrar el resultado de la operación, de evidente mal gusto y demasiado explícito como metáfora de la animalización del ser humano. Es también cuando Tusk vuelve a dar un giro y entra en el resbaladizo terreno de la parábola para derivar en el cuento grotesco. Para redondear la pirueta, además, hace entrar en escena a un detective llamado Guy Lapointe, que no es más que un nuevo vehículo para otra sobreactuación extravagante de Johnny Depp, convertido definitivamente en una caricatura de sí mismo. Sepultado bajo una caracterización que incluye gorra, peluca, bigote y prótesis nasal, el actor (que no aparece en los títulos de crédito) ofrece la ya habitual colección de tics a que nos tiene acostumbrados, sumando esta vez el acento francés, y termina de lanzar la película cuesta abajo, camino de la parodia y el delirio.

A estas alturas, el espectador ya no sabe si reír o llorar. Depp haciendo de bufón, Long convertido en morsa, el resto de personajes yendo de un lado para otro como orates... No extraña que Tarantino rehusara participar (le ofrecieron el papel de Depp), y eso que él también se ha paseado por numerosos engendros dirigidos por colegas. Conviene saber, en todo caso, que Tusk tiene su origen en el podcast que tiene el propio Smith con su productor, Scott Mosier, y que se rodó en solo quince días. Datos que quizá contribuyen a entender los pobres resultados obtenidos y su condición de payasada. ¿Lo peor del asunto? Que el cineasta asegura que es la primera entrega de una trilogía.

TANTA CAL COMO ARENA

Lo más triste es que Tusk llega después de que el director hubiera recuperado el crédito gracias a Red State (2011), una película terrible sobre la paranoia militarista que impregna la Norteamérica más radicalizada a nivel religioso e ideológico. Bien es cierto que después recuperó a Jay y Silent Bob en dos telefims inéditos en España, pero aquella cruda mirada sobre la sociedad de su país (que le reportó el máximo galardón en el Festival de Cine de Sitges), que parecía abrir una nueva etapa en su filmografía, al final ha sido una simple anécdota.

Tampoco es la primera vez que ofrece títulos por debajo de las expectativas. Y es que mientras la secuela de Clerks (Clerks II, 2006) resultó más divertida de lo esperado (ya prepara la tercera parte) y ¿Hacemos una porno? (Zack and Miri Make a Porno, 2008) contenía mayor cantidad de material aprovechable de lo que parecía a primera vista (especialmente por su recuperación de Traci Lords y lo que significaba su presencia en el film), Kevin Smith venía resbalando casi desde sus primeros tiempos: Baste recordar la fallida Dogma (1999), una película en la que, en el colmo de lo bizarro, el papel de Dios estaba interpretado por la cantante Alanis Morissette.

Así que quizá lo mejor sea celebrar que en Hollywood todavía queda algún director travieso, cruzar los dedos para que alguna de sus próximas películas sea una nueva Red State (si lo hizo una vez, puede repetirlo) e incluso releer (en inglés, porque no está traducido al castellano) Spike, Mike, Slackers & Dykes, el libro que escribió junto a John Pierson en 1997, donde repasaba el panorama del cine independiente americano de los noventa. Pero si deciden ir a ver Tusk, lo hacen bajo su propia responsabilidad. No digan que no les hemos avisado.

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