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PTE DE IMPORTACO Y DE LA FUNDACIÓN ETNOR

El primer sueldo de Francisco Pons

A. MOHORTE/FOTOS: M. A. MONTESINOS. 04/02/2015

 «Al vivir en la empresa, desde muy pequeño empecé pasando la escoba por el almacén, cosiendo y cargando sacos a cambio de nada. Ya con 18 años, mi padre me daba 30 pesetas a la semana, para ir al baile los domingos»

VALENCIA. Nacido en la casa anexa a la empresa de su padre, la primera experiencia laboral de Francisco Pons (Beniparrell, Valencia, 1942) se produjo ya en su infancia. «Un día te mandaban a pasar la escoba por el almacén; otro, cosía sacos con mi hermano, ayudaba a cargarlos o los cargábamos nosotros. Teniendo en cuenta que pesaban entre ochenta, noventa o cien kilos, resultaba un trabajo agotador que, en muchas ocasiones, llegaba a hacerte sangrar la espalda por las rozaduras», recuerda.

En todos esos años no cobró nada. «No lo entendía como un trabajo, sino como algo normal en una empresa familiar pequeña de la que comíamos todos y en la que eras uno más, aunque fueras el hijo del dueño». Al terminar sus estudios en el Colegio de los Padres Salesianos a los 14 años, compaginó los estudios con el trabajo cada vez en puestos de mayor responsabilidad.

En 1963, tuvo que dejar la empresa al marcharse a Santiago de Compostela para completar las milicias universitarias, una modalidad del servicio militar obligatorio que permitía seguir estudiando, distribuyendo el servicio de armas en los periodos no lectivos. Al licenciarse, volvió a incorporarse a la compañía con la misma retribución: ninguna.

«Con 22 años, mi hermano y yo recorríamos los campos de cacahuetes de la huerta de Valencia, de La Ribera o de la Canal de Navarrés para comprar las cosechas a los agricultores, mientras que por la noche me preparaba por libre para perito y profesor mercantil. Muchas veces, la primera vez que veía al profesor era el día del examen», sonríe.

Seguía sin cobrar, pero su padre empezó a darle entre treinta y cuarenta pesetas semanales para que pudiera salir a pasear con los amigos el sábado por la tarde o acudir el domingo al baile, como otros jóvenes del pueblo. «Hay que entender cómo era aquella época. Mi caso no era nada extraordinario, comparado con el resto de mi generación».

«Realmente, mi padre compensó todos esos años de trabajo cuando me casé, ya con 26 años. Lo hizo regalándonos a mi mujer y a mí un piso amueblado en una casa que había construido para toda la familia en Beniparrell, pero ya fuera de la empresa. Aún lo conservo y es donde vive mi hijo, que trabaja en Madrid, cuando vuelve a casa».

En 2015, Importaco-Casa Pons cumplirá 75 años y asegura que haber tenido una relación tan intensa y prolongada con la empresa permite conocerla en profundidad y ser consciente de cómo su familia ha ido convirtiendo una industria modesta con una treintena de empleados en los años cincuenta en una compañía internacionalizada con más de un millar de trabajadores.

(Artículo publicado en el primer número de la revista Plaza de noviembre de 2014)  

 

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