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LA PANTALLA GLOBAL

La enfermedad tiene
premio en el cine

EDUARDO GUILLOT. 16/01/2015 Se estrena en España ‘Siempre Alice', con la que Julianne Moore ha obtenido el Globo de Oro

VALENCIA. No puede decirse que haya sido una sorpresa. En la reciente gala de entrega de los Globos de Oro, Julianne Moore (por otra parte, una excelente intérprete), se hizo con el premio a mejor actriz dramática por su papel en Siempre Alice (Still Alice, Richard Glatzer y Wash Westmoreland, 2014), película que llega hoy a las pantallas españolas. En ella, encarna a una psicóloga felizmente casada y con tres hijos que, con solo 50 años, debe enfrentarse a un alzheimer prematuro.

El galardón, que puede ser la antesala del Oscar, donde está nominada, vuelve a demostrar que la industria hollywoodiense es incapaz de resistirse al impulso de recompensar a sus grandes estrellas cuando deciden meterse en la piel de alguien que sufre.

De hecho, no es algo que ocurra solo en el cine americano. En la última edición del Festival de Gijón, el jurado internacional (del que formaban parte dos actores, Alberto Ammann y Natalia Verbeke) otorgó el premio a la mejor interpretación masculina al polaco Dawid Ogrodnik, por su rol en Life Feels Good (Chce sie zyc, Maciej Pieprzyca, 2013), donde encarna a un treintañero con parálisis cerebral en un tour de force actoral realmente notable. Se trata, además, de un personaje basado en una historia real, un añadido que siempre subraya la dificultad que implica el trabajo.

LIDIANDO CON EL ALZHEIMER

Julianne Moore se une con Siempre Alice a una larga lista de actores que han encarnado a lo largo de los años a personas enfermas de alzheimer. Es el caso de Kate Winslet, que dio vida a la novelista Iris Murdoch en la olvidable Iris (Richard Eyre, 2001). En el otro extremo, la excelente Poetry (Shi, Lee Chang-dong, 2010), producción surcoreana protagonizada por Yoon Jeong-hee, una sexagenaria que comienza a interesarse por la poesía en el momento en que le es diagnosticada la enfermedad. Y, mucho más cerca, la aportación al tema del director valenciano Freddy Mas, responsable de Amanecer de un sueño (2008).

Mas afrontó la responsabilidad de abordar un tema tan delicado "desde el respeto, veracidad y honestidad a las personas que sufren esta enfermedad, intentando que importara más la etiqueta de persona que la de enfermo", comenta. "A partir de ahí, intenté eliminar cualquier atisbo de morbo o el regodeo melodramático que pudiera aparecer en el rodaje de las escenas. Me interesaba retratar la realidad, con todos sus matices y detalles, sin añadiduras. Creo que la observación meditativa del interior de los personajes me permite después dirigir a los actores y que revelen así al exterior la verdad de esas emociones".

Amanecer de un sueño estaba protagonizada por Héctor Alterio, un actor de contrastada solvencia que preparó el personaje "desde cero. Aunque él había trabajado en El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001), donde ya aparecía un personaje con la enfermedad, me comentó que interpretar a la pareja de la persona enferma no le daba herramientas interpretativas para abordar su personaje en mi película. No sabía cómo hacerlo y tenía un gran respeto a que su actuación fuese insincera o histriónica", explica Mas.

"El trabajo más importante que hicimos fue establecer una relación de confianza. En los ensayos, le conté cada detalle de mi experiencia personal con mi abuelo, que sufrió alzheimer, y él anotaba hasta la última coma. Se iba al hotel, estudiaba, y al día siguiente venía con su inseparable libreta. Esa técnica fue de gran ayuda para agarrarnos de la mano, quitarnos esas preocupaciones e iniciar el viaje del rodaje, eso sí, sin olvidar nunca su libreta".

El interés de Mas por el tema le llevó a dirigir también La memoria de los que olvidan (2011), un documental relacionado con el alzheimer. En su opinión, no es fácil traducir las emociones y sentimientos que genera una enfermedad en imágenes. "Creo que resulta particularmente difícil reflejar emociones sinceras en el cine. Se tiende a edulcorar, quitar hierro o gravedad y estandarizar según lo ya visto cualquier sentimiento o experiencia vital, por temor a afrontar los propios miedos o porque no resulte comercial".

No le falta razón. Y tampoco escasean los ejemplos que demuestran que un tratamiento epidérmico de las enfermedades o la taras suele resultar tan beneficioso para la taquilla (se produce empatía, no toma de conciencia) como para la cosecha de galardones. Incluso si el problema es un simple tartamudeo, como demuestra el Oscar obtenido por Colin Firth gracias a El discurso del rey (The Kings' Speech, Tom Hooper, 2010).

ENFERMEDADES A LA CARTA

Para algunos actores, son papeles que marcan un antes y un después. Pese a su participación en títulos notables como Mi hermosa lavandería (My Beautiful Laundrette, Stephen Frears, 1985), Daniel Day-Lewis era prácticamente un desconocido cuando ganó su primera estatuilla por Mi pie izquierdo (My Left Foot: The Story of Christy Brown, Jim Sheridan, 1989), la película basada en un relato autobiográfico del pintor y escritor irlandés Christy Brown, aquejado de parálisis cerebral.

La historia lo tenía todo para engatusar a los académicos: la tenacidad del protagonista, el incondicional apoyo de su madre y el triunfo final que le permitió derribar todas las barreras que impedían su integración en la sociedad. Una cinta conmovedora sobre la superación personal y la lucha por alcanzar los sueños que, obviamente, fue un rotundo éxito.

Otro tanto puede decirse, incluyendo el Oscar al mejor actor, de Rain Man (Barry Levinson, 1988), superficial incursión en el universo del autismo a mayor gloria de la galería de tics interpretativos de un Dustin Hoffman encantado de haberse conocido. Una mirada complaciente e incapaz de ir más allá de la anécdota, que nada tiene que ver con la de José Antonio Salgot en Mater amatísima (1980), con guión de Bigas Luna, donde Victoria Abril encarna a una mujer que establece una relación patológica con su hijo autista, hasta el punto de aislarse del mundo exterior para dedicarse solamente a él.

Los premios, en todo caso, están supeditados por una serie de factores que a menudo nada tienen que ver con las cualidades interpretativas. Al menos, así lo ve Mas: "Desde mi punto de vista, los premios en los festivales, los Goya y los Oscars, no dependen de los papeles que interpretan los actores, sino que son una conjunción de presiones de sus agentes, los distribuidores, los canales de televisión, el presidente de la Academia, la elección de los jurados y la suerte de estar en el lugar oportuno en el momento adecuado". Ni más ni menos.

Así que para cerrar esta recorrido volviendo al punto de partida, el alzheimer, valdrá la pena recordar a la gran Gena Rowlands en El diario de Noa (The Notebook, 2004), dirigida por su hijo, Nick Cassavetes, en la que encarna a una mujer con demencia senil. La magnífica actriz ofrecía una interpretación a la altura de su leyenda, aunque es probable que el mejor papel de su carrera fuera el que protagonizó a las órdenes de su esposo, John Cassavetes, en Una mujer bajo la influencia (A Woman Under the Influence, 1974), donde daba vida a una mujer de frágil estabilidad emocional que mucha gente de su entorno toma por demente. Una película excepcional que cuenta cómo su marido (un igualmente memorable Peter Falk) lucha sin descanso para mantener un ambiente de normalidad familiar siempre a punto de quebrarse.

Un film escalofriante y de descarnado realismo, en el que los actores se ponen al servicio de una concepción del cine sin coartadas morales, concesiones a la galería o paños calientes sentimentales, que, a diferencia de las películas citadas anteriormente, estuvo nominada a los Oscars pero no logró ninguno. Y es que a Hollywood no le importa mostrar la enfermedad en el cine, pero solo la celebra cuando se presenta según sus normas. Unas normas que, resulta superfluo señalarlo, nunca fueron las que guiaron la manera de trabajar de John Cassavetes.

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