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LA PANTALLA GLOBAL

Jean Renoir, un
artista en toda regla

EDUARDO GUILLOT. 02/01/2015 Una extensa retrospectiva en la Filmoteca de Valencia repasa la trayectoria del cineasta

VALENCIA. Pocos directores resumen la historia del cine mejor que Jean Renoir. Desde sus primeros pasos, todavía en la época muda, experimentó personalmente tanto los avances técnicos (la llegada del sonoro, el paso del blanco y negro al color) como su evolución estética (convivió con los nuevos cines de los años cincuenta), manteniendo siempre una trayectoria muy personal en la que abordó prácticamente todos los géneros. Al igual que ocurriera con su padre (el famoso pintor impresionista Pierre-Auguste Renoir), su obra le ha inmortalizado como uno de los artistas más importantes de su tiempo, que supo retratar en una serie de títulos hoy convertidos en clásicos. El Instituto Valenciano de Cinematografía le dedica un extenso ciclo que incluye más de veinte películas de su filmografía.

Su obra despertó el interés de los críticos (y futuros cineastas) de Cahiers du Cinéma, y en especial de François Truffaut y Jacques Rivette, que publicaron dos extensas charlas con él a mediados de los cincuenta. Antes incluso de que se constituyera en doctrina lo que hoy conocemos como "política de autor", una nueva generación reconocía de este modo la figura de un cineasta que había cosechado no pocos fracasos en su propio país. En un momento en que el cine francés estaba representado por directores como Julien Divivier o Alexandre de la Pattellière (la qualité francesa), la apuesta de la revista por Renoir era tan polémica como significativa.

EN SUS PROPIAS PALABRAS

Precisamente, Renoir dedicaría su libro de memorias, Mi vida, mis films (traducido por primera vez al castellano en Valencia, por Fernando Torres Editor) "a los autores que el público ha designado con el nombre de nouvelle vague, y cuyas preocupaciones son también las mías". Escrito en 1974, cinco años antes de su muerte, y cuando, según sus propias palabras, su carrera "no hacía sino empezar", es un recuento de recuerdos vitales y profesionales, en el que ofrece algunas claves para entender su trabajo. Admite, por ejemplo, que "entraba en el cine con ideas muy definidas. No creía en la importancia del argumento. Reconocía su necesidad, pero le negaba el privilegio de influir en el curso del relato. Para mí, el ideal hubiese sido un film sin argumento, basado únicamente en las sensaciones del director, expresadas al público a través de los actores".

Unas palabras que abogan por un cine lejos del corsé literario, más cercano a la visualización de los sueños, y que sin embargo sus propias películas pondrían posteriormente en solfa. De hecho, a lo largo de toda su carrera se encontró tanto con la incomprensión del público como de la crítica (que en muchos casos tardó años en reconocer sus méritos) y no pocas veces tuvo serios problemas para afrontar la producción de sus películas. "Consistiendo lo esencial de mi fortuna en cuadros que me había legado mi padre, mis tentativas cinematográficas se saldaban con la desaparición de esas telas, que eran como parte de mí mismo. Era como si una conversación con mi padre fuese interrumpida para siempre", cuenta al recordar cómo tuvo que pagar las facturas pendientes de Nana (1926).

Fue una de las varias ocasiones en que estuvo a punto de abandonar el cine, un medio que radiografía con precisión mediante opiniones que mantienen su vigencia en la actualidad. Aseguraba, por ejemplo, que "al público le aterroriza la novedad. Hay que hacérsela tragar con precaución, disimularla bajo la máscara de la banalidad". O que "el buen gusto no es más que el gusto de lo mediocre. En nombre del buen gusto la sociedad asesina cualquier tentativa que se salga de lo corriente". También que para un creador "el enemigo número uno es el cliché" o que "el plagio no existe, las ideas se propagan como si fuesen epidemias". Una serie de reflexiones que conforman un pensamiento moderno y de vanguardia, el mismo que le guiaba cuando se ponía tras la cámara.

Hasta tal punto llegaron las dificultades que tuvo que afrontar en algunas ocasiones, que incluso se adelantó a su tiempo en lo que respecta a los métodos alternativos de financiación: "La película La Marsellesa (La Marseillaise, 1938) debe su existencia a un procedimiento de lo menos ortodoxo que pueda imaginarse. Se lanzó una suscripción: Quienes comprasen acciones tendrían el derecho de asistir gratuitamente a la proyección. Esto permitió la financiación del film, lo cual prueba que se pueden hacer películas por suscripción, siempre, por supuesto, que no se cuente con ello para hacerse millonario". ¿Renoir, pionero del crowdfunding?

TÍTULOS IMPRESCINDIBLES

La filmografía del maestro francés está llena de títulos imprescindibles. Desde Toni (1935), considerada precursora del neorrealismo italiano, hasta Le petit théâtre de Jean Renoir (1971), su último trabajo, realizado para la televisión tras nueve años de inactividad. También entre su producción estadounidense, fruto de su exilio en 1940. Como a otros intelectuales europeos, no le fue fácil adaptarse a la industria americana. "Lo que me resultaba más desagradable es que no era dueño del montaje", relataba al recordar Aguas pantanosas (Swamp Water, 1941). "Esta parte de la confección de una película es uno de los útiles más eficaces de un autor cinematográfico para dar su estilo a la obra. Pero la noción de autor había abandonado Hollywood desde la muerte de Lubitsch. En América, el oficio de director consiste con demasiada frecuencia en la utilización de una silla plegable en cuyo respaldo está escrito su nombre. (...) Los privilegios del director se ven a veces reducidos a la posibilidad de decir acción para que comiencen las tomas y corten para que terminen". De nuevo, palabras que mantienen su vigencia actualmente.

De entre su abundante producción (casi cuarenta películas), cabe destacar por encima del resto títulos como La regla del juego (La règle du jeu, 1939), de influencia comparable a Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) en el cine de las décadas siguientes. Curiosamente, fue un film que planteó muchos problemas a Renoir. "Durante el rodaje, iba y venía entre mi deseo de hacer una comedia y el de contar una historia trágica. El resultado de mis dudas fue la película tal cual es. Pasaba por momentos de total desaliento; luego, cuando veía la forma en que los actores expresaban mi pensamiento, me ponía loco de contento". Hoy convertida en un clásico, tuvo una recepción muy negativa. "El público lo tomó como un insulto personal, y el film fue retirado de la circulación porque se consideró desmoralizante", aseguraba.

Dos años antes, tampoco había sido fácil llevar a buen puerto otra de sus obras maestras: La gran ilusión (La grande illusion, 1937). "La historia de las gestiones para conseguir la financiación podría servir como argumento de otra película. Cargué con el manuscrito durante tres años, visitando los despachos de todos los productores franceses o extranjeros, convencionales o de vanguardia. Sin la intervención de Jean Gabin ninguno de ellos se hubiese arriesgado en la aventura. Finalmente, encontramos un financiero que, impresionado por la sólida confianza de Gabin, aceptó producir el film".

Renoir convierte una historia sobre el día a día de unos prisioneros franceses en un campo de concentración germano durante la Primera Guerra Mundial en una obra de profundo humanismo, que irritó considerablemente a Goebbels (Ministro de Propaganda alemán) y que resume a la perfección la doctrina del cineasta sobre las relaciones de clase, la condición humana, los conflictos bélicos y la sociedad. Una cinta en la que destaca la poderosa presencia del también director Erich von Stroheim, que no solo encarna el personaje del Capitán von Rauffenstein, sino que hizo interesantes aportaciones a la película, pese a que los primeros encuentros entre ambos cineastas se saldaron con sonadas divergencias.

El ciclo que organiza la Filmoteca Valenciana permite aproximarse nuevamente a un director versátil, que fue evolucionando con cada nueva película, aunque el famoso crítico André Bazin pareció encontrar los rasgos esenciales de su arte: "Un film de Renoir se percibe de lejos: Esa sensualidad, ese sentido de la bondad, con un contrapunto de escepticismo sonriente y de ironía desprovista de amargura, es algunas veces cruel, pero gracias a su ternura esa crueldad es objetiva, no es más que el reconocimiento del destino que se opone a la bondad, la expresión de un amor sin freno que no se forja ilusiones. Renoir, que posee el sentido de lo trágico, no se recrea en ello jamás, no lo menosprecia, porque sabe que la única manera de vencer al destino es creer siempre en la bondad".

Más prosaico, el realizador francés prefería reducir su arte a un impulso visceral: "Dichoso aquel que lo ignora todo acerca del cine y se contenta con admirar los films de los otros. Resulta relajante, pero a condición de no haber probado nunca la fruta prohibida. El cine me ha traído muchas decepciones, muchos sinsabores, pero las alegrías que le debo rebasan ampliamente las miserias. Si tuviese que volver a empezar, haría cine". Es fácil comprobar los motivos acudiendo a ver sus películas.

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1 comentario

Maria escribió
03/01/2015 09:47

Gracias por este articulo

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