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CAPITAL, VALENCIA (V). La ciudad sin oxígeno

JOSEP SORRIBES / PAU ROSELL. 08/05/2011

VALENCIA. En una serie como ésta en la que se intenta discernir sobre las razones que sustentan el carácter básicamente retórico del archiconocido "cap i casal", o, lo que es lo mismo, el evidente déficit de capitalidad de la ciudad de Valencia en relación a su área metropolitana y al País que teóricamente "dirige", hablar de los obstáculos sociopolíticos al trabajo en red puede quizá parecer una aproximación "marginal". O quizá no tanto como intentaremos razonar en esta, un tanto singular , aportación.

En un interesante libro sobre las ciudades "internacionales", el autor defendía la tesis de que una ciudad es internacional no cuando ella se autoproclama como tal sino cuando las demás le reconocen dicho estatus. Es fácil establecer el paralelismo. Una ciudad es capital no cuando así lo dictamina un determinado ordenamiento jurídico o estatuto de autonomía sino cuando las demás ciudades del sistema urbano regional al que pertenece y al que teóricamente "dirige" la reconocen como tal y no cuestionan su primacía.

En nuestro caso es bastante evidente que aunque por tamaño poblacional la ciudad de Valencia es el núcleo urbano más importante y aunque el área metropolitana que se conforma en torno a ella sea, con diferencia, la única región urbana de rango "europeo " con posibilidades de competir, su "capitalidad" está lejos de ser aceptada y asumida por los municipios de área metropolitana y por el resto de ciudades grandes y medianas del País. Podríamos incluso recurrir al humor y a la ironía- no exentas de base objetiva- y afirmar que la "capitalidad" es tan débil que incluso aquellos núcleos anexionados en el último cuarto del siglo XIX (Benimaclet, Russafa, Patraix, los Poblados Marítimos etc...) siguen demostrando una distancia psicológica relevante ( que se concreta en aquello de "anem a València") y , además- y quizá no sea casualidad- presentan una conflictividad urbana especialmente relevante.

València tampoco ha conseguido ubicarse entre las principales ciudades europeas a pesar del esfuerzo fiscal que hemos dedicado en la última década para comprar atributos de ciudad global. En el informe 'European Cities Monitor' de Cushman & Wakefield, Valencia no aparece entre las 30 mejores ciudades europeas. El mismo informe señalaba en 2005 que Valencia estaba a punto de entrar en la lista de las 30 primeras ciudades del continente europeo, por delante de ciudades como Estrasburgo, Stuttgart, Oporto, Marsella o Birmingham. Lo que parecía posible en el año 2005 se ha desvanecido como humo y ha evidenciado que la burbuja no sólo era inmobiliaria.

El modelo propuesto ha sido un modelo de cartón piedra, o si nos lo permiten dado el avance tecnológico de la artesanía fallera, de poliuretano expandido; muy aparente, fácilmente moldeable, pero muy ligero y que cuando arde desprende un humo turbio y malsano. Resulta paradigmático, que si miramos como indicador los proyectos europeos en los que participa el Ayuntamiento de Valencia, de los 14 que están en desarrollo, 9 son de la delegación de la Policía Local. Estas son las redes europeas más sólidas de la capital europea del deporte en 2011.

Explicar el porqué de este estado de cosas no es tarea sencilla y para avanzar con humildad habrá que echar mano de variables históricas, políticas, socioculturales y de psicología colectiva. Si a la historia nos referimos no habría que olvidar algunos hechos bastante conocidos y estudiados. Por una parte, los conflictos entre el hinterland agrícola de la ciudad y los propietarios de las tierras (nobles, burguesía ennoblecida, patricios y clases medias acomodadas) que residían en la ciudad y que cobraban las rentas a los arrendatarios por San Juan y Navidad.

Enfrentamiento éste (junto a los derivados de los derechos de puertas, los consumos, los fielatos, el matute o los "fematers") que ha dejado un poso de conflicto e indiferencia mutua que seguimos pagando. Como causa agravante recuerde el lector que el blasquismo -magníficamente analizado por Ramiro Reig-, a pesar de no ser de "derechas", hizo si cabe más profundo el pozo en su intento de convertir a la ciudad en una "república urbana" que veía el agro circundante -ideológicamente proclive y sumiso al poder eclesial- como una amenaza al progreso de las masas urbanas.

"EL VALENCIANISMO BIEN ENTENDIDO..."

Sin salirnos de la historia todavía, la rápida castellanización de las clases dominantes de la ciudad (amén de su proverbial admiración por Madrid y su sumisión al poder central) y, por imitación, la de aquellos que aspiraban a serlo a parecerlo, no ayudó precisamente a ningún proyecto común sino todo lo contrario. Había que ser "finos" y hablar en castellano como los señoritos. Escalante escribió sainetes al respecto que son manuales de sociología y el "llauro" siguió siendo un término peyorativo salvo en los inocuos Juegos Florales donde su sublimaba el "Levante Feliz" y el "valencianismo bien entendido".

Esta historia de conflicto, ignorancia mutua y abdicación de lo propio suele dejar huella en el hipotálamo y se integra en el subconsciente colectivo en mayor medida de lo que habitualmente creemos. Además no afecta sólo a los municipios cercanos a la ciudad sino al resto del País en el que también se hablaba en valenciano y al que se miraba por encima del hombro gracias a una "capitalidad" siempre mal entendida.


Con estos mimbres no es de extrañar que aunque las condiciones objetivas hayan cambiado radicalmente en el último medio siglo, la ciudad sigua enrocada en su altivo aislamiento y siga sin ser "aceptada" como referente intelectual y moral por el resto. Como prueba, la conversión de la ciudad, durante el ya muy largo mandato de Rita Barberá, en una especie de coto privado y la palmaria ausencia de reuniones habituales entre alcaldes con tantos intereses objetivos comunes como existen dentro y fuera del área metropolitana.

"Y EL MUNICIPALISMO MAL ENTENDIDO"

El municipalismo mal entendido- o entendido como sumatorio de reinos de taïfa- da fatales resultados en términos de eficiencia y dificulta sobremanera cualquier ejercicio de liderazgo. El establecimiento de redes formales o informales de cooperación entre municipios tan habituales en la Europa avanzada nos es un fenómeno extraño y ajeno a nuestra peculiar idiosincrasia. Por si fueran pocas las resistencias "espontáneas" a la colaboración, a la ventaja "colaborativa", la miopía de los partidos políticos (preocupados siempre por la matemática electoral), los intereses creados por las obsoletas e ineficientes Diputaciones y los recelos de la Generalitat se complementan a la perfección con el cantonalismo municipal de tiempos de la Gloriosa para ofrecer un panorama desolador. Al final, ni cap ni casal.

Al final, los que van más allá de la simple conversación de café se suman al descrédito de todo aquello que suena a institucional como demuestran el ejercicio de Compite Valencia, donde aparece en una encuesta dirigida a informantes cualificados que las instituciones que más perjudican a la competitividad de Valencia son precisamente aquellas que desarrollan políticas sobre la ciudad.

Esta situación quizá pudiera evolucionar hacia cotas de mayor racionalidad si existiera una sociedad "civil" estructurada y dinámica que impusiera a la superestructura política la presión por el cambio. La institucionalidad oficial esquilma sin piedad el famoso "capital social", es decir el entramado de asociaciones de todo tipo que sustenta una ciudad creativa , innovadora, atenta al cambio social y, en consecuencia , competitiva. Lo más penoso es que la lógica de la red y sus externalidades se adaptan bien a cierto genotipo valenciano. La actitud colaborativa en entornos lúdicos, la capacidad de improvisación y la creatividad, la utilización de recursos que no son obvios... la economía del comboi podía constituir un elemento competitivo para navegar por la cresta de la crisis.

Pero la voracidad, el sectarismo y la propia inseguridad de nuestra clase dominante empuja a que la lógica de las iniciativas sea defensiva y que incluso aquellos grupos con perspectiva más o menos sensatas "se ignoren odiosamente" como dice con gran sentido del humor un buen amigo común. Hay un sinfín de instituciones, grupos y grupúsculos en los que la "libre entrada" sólo es retórica porque directa o indirectamente se exige fidelidad al "propietario" y no se admite la crítica abierta. Cada tinglado, cada "chiringuito", tiene su "amo" o "propietario". Se buscan fieles y acólitos y se rechazan injerencias en asuntos internos. Plataformas, clubs, departamentos universitarios, tinglados culturales... Todos, o casi todos, tienen amo y practican el derecho de admisión y, claro está, la prerrogativa de exclusión. Si Vd. quiere ir por libre y tener opinión propia le espera el oficio de francotirador o bien el ostracismo y la "amortización" anticipada. La red se deshilacha y los nodos devienen en nudos.

Todo ello empobrece la calidad técnica y democrática de las decisiones colectivas y facilita a la mediocre clase gobernante la deglución de la disidencia sin llegar siquiera a aprovechar sus nutrientes que se dilapidan en un despilfarro obsceno. Dos buenas universidades, estériles sobre la ciudad que se vuelve impermeable al pensamiento, al conocimiento y a la discusión racional y razonada.

Al final Valencia es una ciudad sin oxígeno donde si uno se atreve a pensar por libre tiene que sufrir una mutación interior que le convierta en anaeróbico (bacteria- o persona- capaz de sobrevivir en ausencia de oxígeno o con tasas muy bajas del mismo). Esa mutación genera importantes dosis de imaginación e iniciativa pero no suele ser suficiente. Y con ciudadanos ora sumisos, ora deglutidos, ora excluidos u ora anaeróbicos es realmente difícil construir proyectos solventes y con capacidad de generar entusiasmo colectivo.
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(*) Josep Sorribes i Pau Rausell son profesores de la Universitat de València y miembros del I.I.D.L.

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-CAPITAL, VALENCIA (I) La capitalitad ¿se concede o se gana? (Vicent Soler)

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