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Lo que el promotor sí ve

Marky Ramone no funciona sin anacardos o las más curiosas exigencias de los artistas a su paso por Valencia

QUIQUE MEDINA. 22/05/2014 ¿Qué ocurre antes y después de un concierto? El arduo trabajo de los promotores esconde situaciones inverosímiles

VALENCIA. Año 2007. Sala Wah Wah. Marky Ramone, batería de los míticos Ramones, se niega a salir al escenario y su público se impacienta. El local se convierte en  una olla a presión, pero el percusionista se ha hecho fuerte en los camerinos. El manager de Marky se dirige a Jose Casas Jaén, responsable del espacio, y le transmite el gran problema: "Sin anacardos no sale a tocar".

"Se nos había pasado comprarlos", cuenta Casas. "Cacao, papas, chocolatinas, zumos, pan de molde, jamón york, queso y demás cosas para la merienda de Marky y su banda; pero no estaban los anacardos". ¿Cómo acabó la cosa? "Tuvimos que ir corriendo a por unas 10 bolsas del fruto seco que le volvía loco", narra el programador de Wah Wah con una sonrisa. El músico salió a escena y, por fin, hizo su trabajo. Anacardos no dejó ni uno.

Lo cierto es que los anacardos, al igual que otros requerimientos del artista, iban en el rider. Rider es el término utilizado en el argot de la industria musical para enumerar la lista de necesidades que se tienen de cara a la realización de un concierto. Por un lado está el rider técnico (referente a los detalles relacionados con las cuestiones de instrumental, tanto por parte de la sala como del artista) y por otro, que es el que nos atañe, el rider del artista. Ambos corren a cargo de la cuenta del promotor y son un extra final a tener en cuenta. Y es en el segundo caso en el que más situaciones disparatadas encontramos.

En el complicado engranaje que rodea a un concierto, el crucial trabajo del promotor suele pasar desapercibido. A veces, incluso, hasta se les ve como simples recaudadores del dinero de las entJosé Casasradas. Como ese centrocampista que hace el trabajo sucio e invisible del equipo, una actuación en directo conlleva mucho esfuerzo antes y después de la misma. Milla, Albelda, Busquets y Gabi han sido piezas trascendentales para que sus respectivos equipos se proclamaran victoriosos. Jose Casas (Wah Wah Club), Neus Aulló y Enrique León (Tranquilo Música), Lorenzo Pérez e Iván Labarta (MundoSenti2), Jesús de Santos (Absolute Beginners), Sergi Almiñana (El Caiman) o Jorge Seguí (Murray Club) han sido algunos de los responsables en la sombra de que muchos de los conciertos que se programan en Valencia hayan acabado en triunfo.

CATERING A GUSTO DEL CONSUMIDOR

Para Jose Casas la anécdota con el batería de Ramones no quedó ahí: "entre Marky y su banda sumaban cinco personas". Al parecer, durante sus giras no comían nada que no fuera del Kentucky Fried Chicken. "El caso -cuenta Casas- es que pidieron más de un kilo de pollo por barba para cenar al finalizar el bolo. Me pareció un exageración". Efectivamente: "al acabar el concierto y retirarse a su hotel, dejaron pollo para comer tres días seguidos. ¿Qué hice? arramblé con lo que había sobrado y me fui a casa cargado de cubos donde muslos y alitas sobresalían. Fue fiesta para mis hijos".

Jesus de Santos reconoce que pedir en exceso es una práctica habitual de los grupos: "algunos piden tal cantidad de comida con la que podríamos dar de comer en una boda para 300 invitados". Y si no que se lo cuenten a Sergi Almiñana que después de esmerarse en proveer, tal y como mandaba la agencia de la artista (muchas veces la culplable), de una variada dieta de productos light a Russian Red y su troupe, tuvo que ver, anonadado, como encargaban una ingente cantidad de productos del Burguer King. Allí, en las tripas del Palau de la Música, se quedaron criando moho las ensaladas.

Pero no todo son excesos y culto al colesterol. En el caso de Crystal Fighters (que recientemente arrasaron en el auditorio de Burjassot) más bien lo contario: se pasaron (hasta límites casi obsesivos) de sanos. A los responsables de Tranquilo Música, promotora del evento, les tocó ir a buscar la cena, era innegociable, a un supermercado ecológico. "Pidieron una lista desmesurada de fruta en la que destacaban 20 piezas de lima", nos relata Neus Aulló. "En la previa al concierto su cantante, Sebastian Pringle, no dejó de hacerse zumos de fruta con una licuadora que también había solicitado". Debido a las sobras de la fruta licuada, el joven frontman llegó a atascar hasta tres veces el lavabo. "Temimos perder la fianza del espacio solicitando los servicios de un fontanero", afirma Aulló.

Sebastián Pringle

Para anécdotas especiales la que vivió Jose Casas en los 90, en la extinta Sala Roxy (hoy Noise). Entre otras bandas, en el cartel se encontraba un grupo de San Francisco llamado Pansy Division, una de las bandas más conocidas del movimiento Queercore (pop-punk melódico con letras explícitamente homosexuales). "Los chicos eran vegetarianos radicales. La prueba de sonido acabo más tarde de lo previsto y no teníamos tiempo material de cruzar la ciudad buscando un restaurante que se adaptara a sus necesidades. Nos trasladamos con ellos a un bar cercano. Pedimos ensaladas para los Pansy, verduras plancha y ensaladilla rusa sin huevo. Por nuestra parte, tiramos de chorizo, morro de cerdo y algunas viandas más grasosas si cabe. Los americanos nos insinuaron que querían probar nuestros platos y, antes de poder decirles que aquello era cerdo, habían dejado la vajilla y las cazuelitas como los chorros del oro. En el concierto acabaron  tocando los tres en pelota picada, no cabía duda que a estos vegetarianos les encantaba enseñar nabo".

SON COMO NIÑOS

Iván Labarta y Lorenzo Pérez, que se han encargado de la producción de grupos de la magnitud de The Rolling Stones, Bruce Springsteen o The Cult, tienen muy claro que la del músico es una vida nómada que no siempre resulta fácil. "Hemos trabajado con artistas de mucho nivel que, sin embargo, no pretenden ninguna cosa fuera de normal. Es muy importante que les facilitemos lo que pidan y que les hagamos sentir cómodos antes y después del concierto". La prensa del día, calcetines y toallas limpias (en su oficina hay siempre un importante stock de éstas) son accesorios muy recurridos en los riders de los artistas.

En los albores del año 2.000, un Luis Miguel en la cima del éxito se negaba a dar comienzo a su concierto a la hora señalada. "Nos dijo que le trajéramos un ramo de rosas blancas o no ponía un pie en el escenario", señala Labarta. Ni rojas, ni amarillas: blancas. Qué remedio, hubo que complacer al amigo, que a su vez complació a varias de las asistentes con una preciada flor. No hace tanto, en 2009, los Arctic Monnkeys desembarcaron en Valencia para actuar en el difunto MTV Winter. Como era normal en un chaval de su edad (23 años), Alex Turner viajaba con sus juguetes. Y así, el barbilampiño británico y su formación "abarrotaron el backstage de monopatines, pequeñas porterías de fútbol y hasta un ping-pong", asegura Labarta.

También eran unos críos Mando Diao la primera vez que pisaron Valencia. Y no es que no empinaran algo ya el codo por aquella época, pero "lo primero que hicieron al llegar a la ciudad -cuenta Neus Aulló- fue irse directos a la FNAC y comprarse una Play Station".  Los gallegos Triángulo de Amor Bizarro, traviesos y nerviosos como son, no dudan en pedir en su rider, entre enseres de primera necesidad, un balón de fútbol. A veces son tan jóvenes que pecan de inocentes, como es el caso de Kakkmaddafakka. Jorge Seguí aún recuerda como, en su primera visita a Valencia y tras haber abarrotado Murray Club, los noruegos se pusieron en la barra a invitar a sus propios fans. Todo un detalle. Hoy su caché se ha multiplicado por 10 pero siguen mostrándose igual de humildes.

En otras ocasiones, los promotores deben actuar de protectores, de enfermeros, casi de madres. Juan Enrique León todavía puede evocar aquella vez que Mat Brooke, vocalista de Grand Archives, llegó sin voz a su cita en Wah Wah (año 2009). Aunque no pudo salvar del todo el concierto, León se desplazó a una farmacia y aprovisionó al afónico yanqui de medicinas. Lo que no tuvo mucha gracia (al menos para los promotores del Mirador Pop de Cádiz) fue ver cómo los barceloneses Mujeres usaron el Betadine, no con fines curativos, sino para pintar las inmaculadas paredes del camerino (no perderse el vídeo de cómo acabó la noche para entender todo). Y es que conviene no quitarles el ojo de encima o te puede ocurrir como a Jesús de Santos con el díscolo Josh T. Pearson en la primera edición del Deleste: "15 minutos antes de su actuación no lo encontrábamos y, cuando por fin conseguimos localizarle, estaba apaciblemente sentado en una terraza de la Malvarrosa tomándose una cerveza. Evidentemente su concierto no pudo empezar a la hora que estaba prevista". Sería poco caballeroso decir como acabó la noche. El vaquero; digamos que cogió el avión de vuelta a Texas de milagro.

Josh T. Pearson

Aunque para experiencia religiosa la del propio de Santos y su equipo de Munube con Fanfarlo: "en la última visita de los londinenses a la ciudad, cuando venían de camino, contactaron con nosotros para comentarnos que necesitaban que acompañásemos al bajista a un hospital a que le hicieran una cura debido a algunas complicaciones en un quiste que tenía en cierta parte impúdica. Le acompañamos a un ambulatorio cercano a la sala y allí nos dijeron que eso tenía muy mala pinta y que no se atrevían a hacer nada. Nos dijeron que tenía que ir al hospital por urgencias. Lo dejamos en urgencias y volvimos a la sala a continuar con la producción del concierto. Un par de horas después llamó y dijo que no le dejaban salir del hospital y que al día siguiente le operaban. La banda, con estas noticias, empezó a plantearse incluso no tocar. Nosotros estábamos bastante asustados porque teníamos vendidas bastantes entradas y se podía liar bastante". Al final, y aunque fueron de culo, tocaron.

LOS VICIOS SE LOS PAGA CADA UNO

Jonathan Richman es, según Neus Aulló, para darle de comer aparte. "Se trata de un hombre amable y austero, pero una producción con él siempre es especial". Así lo recuerda la promotora: "le habíamos alojado en el Hotel Barceló y nos dijo que era demasiado cara y lujosa. Nos transmitió que hubiera conformado con una pensión. Por supuesto, pagábamos nosotros. Luego, durante el concierto, pedía que le sirvieran solo agua del grifo, pues le sabía mal tener que crearnos gastos por el hecho de servírsela embotellada".  Jose Casas también recuerda aquella velada con Richman: "sin duda un gran artista muy solidario y preocupado por el medio ambiente y las personas con menos recursos. Aunque rayando lo obsesivo".

Anna Calvi también dejó huella en su paso por Wah Wah, en 2011. "Nos chocaron dos cosas de la fantástica cantante -rememora Jose Casas-, por una parte la cantidad de botes de brillantina que exigió y la segunda, y más preocupante, que no podíamos encender el aire acondicionado de la sala desde la apertura de puertas hasta media hora después del inicio de su concierto. Nos explicó que sus cuerdas vocales sufrían mucho los cambios de temperatura, hasta el punto de poder quebrar su maravillosa voz. Era una noche de caluroso principio de  septiembre. El público no entendía nada, pedía explicaciones al personal con el gesto torcido. Al cuarto de hora del inicio del show encendimos máquinas, el público sintió el fresco y se tranquilizó. La voz de Anna brilló tanto como su cabeza".

 Iván Labarta (de pie), Neus Aulló y Juan Enrique León

El problema es saber dónde poner el límite. Iván Labarta cuenta que hay veces que han tenido que "gastarse hasta 2.000 euros extras para contentar al artista de turno". Los escoceses Mogwai, por ejemplo, exigen algo tan absurdo como asistir a la tribuna de un partido de fútbol en el caso que el equipo de la ciudad donde actúen milite en la primera división y jueguen el día del concierto. Por no nombrar la atroz cantidad de cerveza (y no vale cualquier marca) y whisky que exigen. Cualquiera, y más si no ha visto la impactante puesta en escena de los escoceses, diría que vienen a emborracharse y que el resultado les da igual.

Neus Aulló lo tiene claro: "hay que tener cuidado con empezar a asumir ciertos gastos o creer que hay que pagarles vicios como el tabaco". Según Jorge Seguí: "empiezas por detalles que parecen inocuos y acabas siendo su camello. Hay que saber cortar". De hecho, Jesus de Santos recuerda más de una situación "en la que se ha tensado la cosa" después de negarse a hacer de traficante para un grupo. En eso están todos de acuerdo, la petición de estupefacientes está a la orden del día, pero no tiene nada que ver con el trabajo del promotor. A veces, para evitar que quede por escrito, la droga se enmascara dentro de los riders con nombres de frutas. Ya saben: desconfíen de los artistas que farden de tomar Vitamina C y menos del promotor.

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