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SECTOR INMUNE A LAS CRISIS

Los grandes festivales:
el fenómeno que no cesa

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA. 17/05/2014 En pleno inicio de la temporada de grandes citas al aire libre, tomamos el pulso de una escena que trasciende con creces lo meramente musical y perfila un turismo específico

VALENCIA. La oferta de ocio directamente asociada a los festivales de música es un hecho irrefutable. Desde hace temporadas. La música es el principal reclamo, claro, pero sería de ingenuos negar el tirón que los factores colaterales a esas actuaciones ejercen sobre un público que, en muchas ocasiones, ahorra durante todo el año para poder asistir a una de esas grandes citas. Y para el que la complicada coyuntura económica no es un obstáculo.  Ya sea el entorno, el reclamo lúdico o el ambiente. Todo forma parte del pack. Quizá tampoco sea ajeno a ello el panorama reinante, marcado por la proliferación de carteles que básicamente intercambian bandas como si fueran cromos, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. A nadie extraña ya que las norias y los martillos giratorios formen parte de su paisaje.

Muy lejos quedan ya, por supuesto, los relatos de tinte casi épico de la generación que protagonizó encuentros de aureola mítica (Woodstock, Wight, Monterrey), remotísimo germen de lo que vivimos hoy en día. Pero también parece irrepetible la excepcionalidad que las crónicas de la época transmitían de festivales de la primera mitad de la década de los 90: como aquel crepuscular Lollapalooza de 1995, que con tanta maestría contó Ignacio Julià en las páginas de Ruta 66 como evocación del ocaso de la nación alternativa, como el Glastonbury del mismo año (que encumbró a Pulp en plena euforia brit pop) o como cualquiera de las ediciones inmediatamente previas de Reading o Phoenix, que eran auténticas pasarelas donde testar de primera mano el estado de salud del pop rock de tinte anglosajón, con la fiabilidad de un termómetro de mercurio.

Y no es que ahora mismo hayan dejado exactamente de serlo: basta con echar un vistazo al deslumbrante cartel del californiano Coachella, del mismo Glastonbury de este año e incluso del Primavera Sound, sin ir más lejos. Pero el signo de los tiempos, marcado por la sobreabundancia de la oferta y la propia autorreferencialidad de muchas bandas emblemáticas (que se limitan a homenajearse a sí mismas en un bucle sin fin) seguramente ha contribuido a que el peso de los aspectos complementarios haya crecido, en detrimento de los meramente musicales, contribuyendo a alimentar un monstruo que genera cada año unos enormes dividendos. En Europa, citas ya tradicionales como el Sziget (Hungría), Rock Werchter o Tomorrowland (Bélgica), Pukkelpop (Holanda) o Latitude y Wireless (Reino Unido) llevan años sumándose a los ya mencionados, y apuntalando ese paisaje que, en nuestro país, cuenta con el veterano FIB, Primavera Sound, BBK Live, Sonar, Viña Rock, SOS 4.8 o DCode como algunas de sus citas más concurridas.

EN LA ÉPOCA DEL EXCESO DE INFORMACIÓN

"Vivimos una época de exceso de información en todos los sentidos, el musical es solamente un aspecto más", recalca el periodista madrileño Alfonso Cardenal (colaborador de medios como El País, Ruta 66 o Efe Eme), quien lleva años asistiendo a festivales por todo el planeta, y dando buena cuenta de ellos en muchos de sus artículos. Él mismo asume que en la mayoría de los casos es mejor ver a las bandas en una sala cerrada y con las condiciones óptimas de sonido, aunque prefiera "estar sentado en la hierba con un cigarro en una tarde fresca de verano, porque las actuaciones en festivales suelen ser más cortas y más populistas pero prefiero estar al aire libre que en una sala abarrotada con gente hablando".

Interesante dicotomía la que plantean aquellos que abjuran de los festivales para proclamar la bondad absoluta de los recitales en auditorios y salas cubiertas. Aunque, como casi en todo, en el término medio está la virtud: "Creo que siempre he valorado más los conciertos en sala pero he disfrutado más de las actuaciones en festivales, en las que lo único que me preocupa es quién toca después. De todos modos no creo que una cosa excluya a la otra".

En todo caso, Cardenal encaja con filosofía el hecho de que los grandes festivales se hayan convertido en tendencia masiva, pero esboza algunas diferencias significativas entre lo que ocurre en nuestro país y en el resto de Europa: "Se han convertido en un plan de verano para las pandillas de amigos que en muchos casos ignoran la música como arte pero consideran que es un plan divertido más allá de quién actúe; está de moda y ahora ves a gente que no va a un concierto en su vida pero que todos los años se apunta a un festival, y no lo veo  negativo, aunque ves un ambiente en nuestros festivales que no es el que se ve en otros países como Portugal, en donde la gente va a ellos porque les apasiona la música y en el que la moda, la estética o la borrachera no están tan presentes como en los festivales españoles".

LAMENTO POR LA FALTA DE FESTIVALES ECLÉCTICOS

En su particular Top 5 festivalero, destaca  "el Primavera Sound de Oporto, porque tiene todo lo bueno del Primavera de Barcelona y casi nada de lo malo", el Roskilde en Dinamarca, que le pareció "muy auténtico aunque sale caro ir hasta allí", el Enclave de Agua en Soria, "que además es gratis y el sitio es una pasada" o el pantagruélico Sziget Festival de Budapest, "un festival demasiado grande, con 14 escenarios, pero que permite que tenga algunos dedicados únicamente al blues, al jazz, al reggae o a otras propuestas musicales". Lo que le lleva a lamentar que nuestro país carezca de certámenes con ese cariz ecléctico, orientados a diferentes estilos según escenarios, algo que contribuye a que al final "sean demasiado parecidos".

En cuanto a las actuaciones, esos directos ampliamente ignorados por quienes ven en los grandes festivales el nuevo Leviatán, pero indudablemente fértiles para quienes son asiduos a ellos, Cardenal tiene marcados en la memoria "la actuación de Roger Waters en Roskilde 2005, tocando íntegramente el Dark side of the moon, el concierto de Buenavista Social Club con Omara Portuondo en el Sziget 2010, el Primavera Sound en el que vi en el mismo escenario a Neil Young y a Sonic Youth o el Festival África Vive, que se celebraba en la Complutense de Madrid".

Los hermanos Gallagher, durante su actuación en el FIB. FOTO: KAI FÖRSTERLING / EFE

Obviamente, parece lógico pensar que si el turismo de festivales experimenta un aumento exponencial, también lo harán aquellos medios de comunicación que orientan sus contenidos a desgranar toda la información relativa a ellos, ya sea mediante crónicas, reportajes o entrevistas. La web By The Fest, en marcha desde hace algo más de año y medio, es una de ellas. Su coordinador de contenidos es el periodista valenciano Eduardo Guillot, quien reconoce como obvio que "existe ese público", pero no establece una relación de causa-efecto, ya que asume que "habría que preguntar a los patrocinadores los motivos para poner en marcha una web centrada en festivales, aunque no somos la única dedicada a ello".

Guillot reconoce también como un hecho innegable que "la música en directo es solo un ingrediente más de los festivales", pero amplía las presuntas incomodidades que su carácter masivo puede acarrear a otras citas igualmente concurridas: "Ver a Springsteen en el Nou Camp es aún peor, y ahí nadie se queja de la masificación". El sesgo turístico que ya ha adquirido el asunto en los últimos años se traduce en que "la mayoría de festivales están contratando a expertos en turismo".

No es extraño, en tal tesitura, que "los abonos estén disponibles  incluso cuando ni siquiera se han anunciado los nombres del cartel, lo que es una prueba más de los intereses que guían al público". El carácter muchas veces clónico de gran parte de los certámenes celebrados en nuestro país se plasma, en el caso del día a día de una publicación como By The Fest, en el hecho de que "cada mes recibimos varios mails promocionales de festivales que repiten como un mantra la misma frase: "XXX es un festival diferente", pero luego ves el cartel y el espacio donde se celebra y te preguntas en qué es diferente al resto".

"SE PARECE MÁS A UNA COMUNIÓN QUE A UN CONCIERTO"

Cualquiera que haya estado en un festival sabrá que sus conciertos son, generalmente, más cortos que los que esas mismas bandas celebran el resto del año en salas. Salvo en el caso de los cabezas de cartel, que suelen gozar de un hueco horario similar al que protagonizan cuando constituyen por sí mismos el único reclamo. Disfrutar de ellos se convierte, de esta manera, en una suerte de menú degustación de una serie de propuestas servidas en versión reconcentrada. Más allá de ese factor de compresión, no estima Guillot que las actuaciones en estas citas reporten algún valor añadido a lo que ya pueden dar de sí sus propuestas el resto de la temporada: "Como mucho, un carácter litúrgico relacionado con la cantidad de público asistente y su devoción por la banda cabeza de cartel, y si uso términos religiosos es porque muchas veces se parece más a una comunión que a un concierto".

El futuro de las grandes citas hispanas y europeas parece más que garantizado, aunque muchas veces implique-si hemos de atender también al extremo opuesto del estereotipo del jovencísimo turista festivalero, que también es de justicia-que el melómano más exigente haya de plegarse a esa máxima que dicta aquello de "si no puedes con la fiesta, únete a ella". Porque ni la masificación ni los peajes que comporta (aglomeraciones, deficiencias sonoras o visuales, distancias kilométricas) tienen visos de remitir.

Una espectadora durante una edición del FIB. FOTO: EFE.

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