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Dennis Wheatley

Satanás cumple 80 años

JAVIER CAVANILLES. 17/05/2014 La hoy injustamente olvidada novela 'El diablo cabalga de nuevo' creó el imaginario de las sectas satánicas que aún hoy pervive en los medios de comunicación

VALENCIA. Cuando, en 1994, la antropóloga Jean La Fontaine compareció ante una comisión del gobierno británico que estudiaba los casos de abusos satánicos en el país lo tuvo bien claro: era un mito basados en lDennis Wheatley, todo un caballero británico.os libros de Dennis Wheatley (1897 - 1977). El escritor, hoy prácticamente olvidado, llegó a figurar en la lista de best-sellers, apenas por detrás de Agatha Christie o Ian Fleming. En 1934, hace ahora 80 años, publicó El diablo cabalga de nuevo. El satanismo moderno, el que tantas veces hemos visto en la prensa y tan pocas en la realidad, acababa de nacer.

En España, Wheatley nunca gozó de excesiva fama. De sus más de 50 novelas, puede que lleguen a diez las que se han publicado (la última, en 1991), lo que no ha impedido que tenga una colección de ilustres seguidores entre los que destaca Fernando Savater, quien lo bautizó con el sobrenombre de El cronista de Satán. El británico escribió un poco de todo (aventuras, misterio, romance... y algún que otro libro de historia), pero el pequeño lugar que ocupa en la historia de la literatura popular se lo debe, sin duda, a sus novelas sobre el Maligno.

Wheatley pertenecía a una familia de clase media. Tras servir en la I Guerra Mundial se hizo cargo del negocio familiar. Como comerciante fue un fracaso y la quiebra lo llevó a dedicarse a la escritura. Su primera novela, Territorio Prohibido (1933), tuvo tal éxito que Alfred Hitchcock compró los derechos (aunque, al final, no dirigió la adaptación).

HA NACIDO UNA ESTRELLA

Pero, sin duda, su segundo libro es el que le dio la fama que aún conserva: El diablo cabalga de nuevo. En ella, retoma los personajes de su libro anterior (el Duque de Richeleau y sus amigos) y los sitúa en un nuevo escenario: la amenaza satánica. La próxima vez que alguien vea una película (o una noticia) en la que gente de posibles, con túnicas y caretas, bebidos y drogados, está a punto de sacrificar una virgen en un altar antes de una orgía, que sepa que se lo inventó Wheatley. El mito había nacido y hasta Anton Lavey se inspiró en él para crear ese circo que es la Iglesia de Satán.

Exploró el tema en una docena de ocasiones, entre las que destacan algunas obras maestras del género de aventuras: Una hija para el diablo, Fuerzas Oscuras, La maldición de Tobby Jugg... El escritor siempre presumió de basar sus relatos en hechos reales (lo cual es más que discutible) y ambientarlos en lugares reconocibles por sus lectores. Esta pretensión de realismo fue muy apreciada por su compañero del MI5, Ian Fleming (el padre del 007), quien siempre lo reconoció como una referencia e incluso se inspiró en parte en él para crear su famoso personaje ‘M'.

LA II GUERRA MUNDIAL

Durante la II Guerra Mundial, fue uno de los primeros en ingresar en la London Controlling Seccion, la división del MI5 que se dedicaba a planificar tácticas de engaño contra los nazis. Allí se codeaba a diario con Winston Churchill (que le hiciera caso es otra cosa) y luego dedicó varios tomos de su autobiografía a explicar cómo, modestamente, ganó la contienda casi sin ayuda gracias a su ingenio.

Sin embargo, algunos no han sido tan generosos con él. Stephan Talty (Garbo, el espía, 2013) lo describe como un bocazas borrachín, que se pasó la guerra de comilona en comilona (luego pasaba la cuenta a los servicios secretos) y sólo las siestas alteraban su rutina. No discute que fue uno de los que participó en la estrategia de engaño que precedió a la invasión de Normandía o el ataque a Túnez, pero su contribución fue, en el mejor de los casos, nula.

Entre sus aportaciones más logradas está la fallida Operación Bote (mensajero, en Alemán). El plan no podía salir mal: se trataba de mandar un falso Jesucristo para convencer a los alemanes de que se rindieran. Según sus cálculos, en pocos meses, los nazis, tras el fracaso de las invasiones de Rusia y Gran Bretaña y la entrada de los americanos en la contienda, se rendirían seducidos por el mensaje de paz y fraternidad de Bote y se desharían de Hitler.

MAGIA NEGRA

Curiosamente, no era el único tronado al servicio secreto de su Majestad. La magia negra fue una de las herramientas que se utilizaron en la guerra psicológica. Los británicos llegaron incluso a enviar de gira al vidente Louis de Whol (1903 -1961) a Estados Unidos para predecir una invasión alemana y convencer a la población (profundamente aislacionista) de que se uniera a los británicos. El ataque a Pearl Harbor hizo inútil el esfuerzo.

Luego Whol se las apaño para convencer a algunos de sus superiores de que Hitler era un obseso del ocultismo y consultaba a médiums para diseñar sus campañas (en realidad, los mandó a todos a la cárcel). Aunque hoy se sabe que es falso, el vidente consiguió así hacer méritos suficientes para llegar a capitán sin pegar un palo al agua y no acertar ni una sola vez en sus predicciones.

SUS ÉXITOS

Wheatley vio pronto el potencial de sumar guerra y magia negra y ya en 1941, aprovechando el mucho tiempo libre que le daba su trabajo, escribió Extraño Conflicto sobre el tema. Pero sin duda, fue la Guerra Fría lo que le permitió dar lo mejor de él.

A los comunistas rusos los tenía enfilados desde su primera novela. Aunque hoy suena a chiste, la mayor parte de sus libros sobre ocultismo están plagados de agentes de Moscú a partir un piñón con los adoradores del Malísimo en su intento de conquistar el mundo. En la delirante trama de Una hija para el diablo una banda de ocultistas intenta crear un ejército de íncubos y súcubos para venderlos al otro lado del telón de acero.

Y ese fue uno de sus problemas. Nunca ocultó su anticomunismo visceral o el escaso aprecio que sentía por los sindicatos o los pacifistas, que solía retratar como marionetas del diablo. Eso, sumado a su homofobia, su educado racismo, su mal disimulado antisemitismo y su admiración por Mussolini o Franco explica en parte por qué sus obras dejaron de publicarse cuando murió (los problemas con los derechos fueron otro motivo). En realidad, muchos de estos puntos de vista eran bastante comunes en su época (se podría decir lo mismo de las novelas de Ian Fleming, por ejemplo).

EL FINAL

Gracias a sus novelas (entre las que algunos incluyen su autobiografía) Wheatley convenció al mundo y a sí mismo de que era una autoridad en satanismo. Llegó incluso a escribir El diablo y todas su obras (1971), un libro sobre sus investigaciones en la materia que a día de hoy nadie se toma en serio. Allí sentó algunas de las acusaciones sobre que, desde la teosofía al yoga, todo lo relacionado con el ocultismo eran armas de Satán para poseer a los incautos.

La fórmula de aventuras–satanismo–erotismo lo hizo famoso, pero a finales de los 70 ya estaba agotada. Cuando en los 80 Anchor Press reeditó la mayoría de sus novelas en tapa blanda, nunca faltaba una joven de buen ver con media teta fuera en las portadas. Pero el éxito de películas como La semilla del diablo Wheatley y Lee en el rodaje de una película.(Roman Polanski, 1968), El Exorcista (William Friedkin, 1973) o La Profecía (Richard Donner, 1976) sentaron las bases de una nueva forma de entender lo oculto que gustó más al público.

De hecho, la excelente adaptación de El diablo cabalga de nuevo (Terence Fisher, 1968) y la más normalita de La monja poseída (adaptación de Una hija para el diablo de Peter Sykes, 1976) fueron dos de los más sonados fracasos de la Hammer.

Como suele ocurrir, tras una fase de olvido, llega la recuperación. Aunque sus novelas hay que leerlas con cierta distancia, que el autor fuera un poco facha no les quita encanto. A finales del año pasado, superados los problemas de derechos de autor, la editorial británica Bloomsbury inició la reedición completa de todas sus obras. Aunque no consta que haya colas para comprarlas, la prensa inglesa ha celebrado el acontecimiento sin darle excesiva importancia a sus ideas políticas. Lógico, sería como rechazar a Dashiell Hammett por comunista.

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