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UNA PLATAFORMA RECURRENTE PARA MÚSICOS NOVELES

A vueltas con los concursos de bandas: de qué sirven

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA. 15/02/2014

VALENCIA. Se podría discutir desde muchos puntos de vista la idea de que la competitividad tenga algo que ver con el desarrollo de la creatividad. Al menos la competitividad como la entienden los certámenes para bandas noveles de pop rock, esos concursos en los que centenares de grupos sin contrato discográfico bajo el brazo se inscriben con la esperanza de despuntar mediáticamente, gracias a un premio en metálico, una grabación profesional o su inclusión en un escenario junto a referentes del género.

Sabedores de verse ante una cruel criba, si cabe aún mayor hoy en día ante la sobresaturación de una escena mayoritariamente abocada a la autoedición, rara es la banda de este país que no ha pasado por alguno de ellos. Algunos gozan de un pedigrí innegable, fiel testimonio de momentos de ebullición (Villa de Bilbao, Villa de Madrid, Concurso de Maquetas de Rockdelux, el Proyecto Demo del FIB o incluso, por qué no decirlo, el primer Circuit Rock valenciano). Otros, algo más modestos, como el Concurso Vinilo Valencia, las Fiestas Demoscópicas locales de Mondosonoro o el ya veterano Troglogló, aspiran a radiografiar, con mayor o menor fortuna, el estado de salud de escenas locales como la valenciana, generando un modesto runrún mediático que puede dar pistas sobre cuáles pueden ser los proyectos más exportables de la producción autóctona.

En general, podríamos decir que (pese a su ya largamente asentada tradición en nuestro país) son los concursos de rock aún objeto de suspicacias y visiones encontradas. Los institucionales, porque son muchas veces vistos como una mera coartada para que la clase política se dé un baño de imagen, una simple maniobra cosmética con la que congraciarse con las capas juveniles de la población, apostando (e invirtiendo) dinero en la exposición pública de un género (el pop, el rock) que no goza precisamente de mucho apoyo desde la base el resto del año. Desde el sector privado, se argumentan muchas veces los intereses vidriosos de la inevitable empresa patrocinadora, aunque también es cierto que de una forma menos escéptica que los certámenes a cargo del erario público.

Como se suele decir, cada cual contará la feria según le haya ido. Una persona que los vivió desde múltiples facetas durante cerca más de dos décadas es Manolo Rock (nombre por el que todo el mundo conoce a Manolo Aguilar), manager,  antiguo programador de la sala Roxy, músico e insoslayable cronista de casi todo lo que pasó en la trastienda musical de Valencia durante dos décadas, tal y como quedó patente en un libro (Yo, M. Rock en la Valencia Subterránea, 1980-2000) que daba fe de todo ello. Para él sí que hay una diferencia entre lo público y lo privado, por eso alega que "normalmente los concursos institucionales se dejaban en manos de incompetentes y/o enchufados y cualquier aventura privada solía delegarse en gente apasionada, capacitada y completamente involucrada", y pone como ejemplo que "jamás podrá compararse la trastienda de unas Mogudes de La Dipu con un Valencia Sona (el certamen de Roxy), por poner un ejemplo cercano".

Manolo Rock recuerda con cariño aquel Valencia Sona de la sala Roxy, en el que él mismo estaba involucrado hasta las cejas, a finales de los 90 y primeros 00, y del que salieron bandas como Species o Cultura Probase, que tampoco gozaron de una carrera especialmente llamativa desde entonces. Si hay que achacarlo a algo, él lo hace a que "siempre han sido una tribuna pasajera para mantener viva la llama de muchas ilusiones en un momento muy puntual, pero poco útil para vencedores y para vencidos: el arte no es competición". Y rememora con especial orgullo el día en el que, años antes, unos aún incipientes Surfin' Bichos, bajo su management, "salieron triunfantes del certamen El Salero, de TVE, nada menos que con 5 millones de las antiguas pesetas en el bolsillo".

Más confiada en la meritocracia es la opinión de Joan S. Luna, redactor jefe de la edición estatal de Mondosonoro desde Barcelona y miembro del jurado de algunos de los concursos que hemos citado, quien opina que "sirven y bastante, vista la experiencia de una larga lista de bandas: algunas incluso han formado parte de más de uno de ellos, lo que ocurre es que tienen que valer y ofrecer algo interesante, porque una banda que no lo es no va a conseguir nada en ningún concurso más allá de tener la oportunidad de que la gente les vea en directo". Lógicamente, tampoco desestima la diferente tipología del asunto, ya que "hay algunos muy útiles mientras que otros diría que sirven exclusivamente para mantener viva la programación de algunas pequeñas salas".

Uno de los certámenes más notorios durante los 90 en Valencia fue también el Circuit Rock, que entró ya en declive durante la década siguiente, pero procuró ediciones tan fértiles como la de 1995, singularmente efervescente como retrato de una hornada que impulsó a La Habitación Roja, Alternative Scream y Ciudadano López. Estos últimos, reconvertidos luego simplemente a Ciudadano en una carrera tan meritoria como mediáticamente discreta, se disolvieron. Pero su huella es más que patente en el tándem formado por Caio Bellvesser y Xema Fuertes (Maderita, Josh Rouse, Alondra Bentley) y en Tórtel, el proyecto de un Jorge Pérez que recuerda aquel Circuit Rock como algo que no cree que "sirviera para propulsar de una forma especial la carrera del grupo, porque estoy completamente seguro de que hubiéramos hecho lo mismo sin ganarlo", aunque sí reconoce que el hecho de tocar en la sala Arena, en la final, "fue una experiencia brutal para un grupo que empezaba y que no llegábamos ni a los veinte años de edad".

La emisora Cadena 100 patrocinaba aquello, por lo que se suponía que "en teoría los singles iban a sonar mucho allí", recuerda con ironía. Sin embargo, el auténtico punto de inflexión llegó con "algo que no tiene nada que ver con el concurso, y fue cuando Dani Cardona nos invitó a grabar en su estudio y el sello Matarile Records editó nuestro primer disco".

Otro tema controvertido es la especie de la recompensa: ¿es mejor un premio en metálico, una grabación en un estudio profesional o la inclusión en un cartel de aquellos llamados de campanillas, junto a luminarias del género? "Lo de la grabación de un álbum, si no es con los criterios que quiere una banda, puede ser contraproducente", afirma Josep Bartual, integrante (junto a su pareja María López) de Moonflower, una banda valenciana que constituye un caso de lo más curioso: se presentaron a una de las últimas ediciones del Sona la Dipu (promovido por la Diputación de Valencia desde hace ocho años, y cuyo lejano precedente serían Les Mogudes de los 80), fueron eliminados en semifinales pero luego gozaron de una omnipresencia que ya hubiera querido para sí cualquiera de los ganadores.

"Sorprendentemente, nos eligieron más tarde para tocar en el Primavera Sound, Low Cost y Arenal Sound", una experiencia que califica de "increíble, pese a que nuestras actuaciones no fueron remuneradas". Su presencia se justifica porque una de las ventajas de Sona la Dipu es optar a formar parte de la plataforma Sounds from Valencia, que fomenta la presencia de estas bandas en algunos de los principales festivales del país. Aunque lo llamativo es que "hubo grupos que tocaron en uno solo, otros que no tocaron en ninguno, y nosotros en tres. ¿Por qué? Desde Sona la Dipu nos aseguraron que a Moonflower le habían elegido los festivales porque encajaban más con su propuesta".

Sí que fueron remuneradas sus actuaciones en el propio Sona la Dipu, algo que, unido al hecho de que "hay un jurado profesional para seleccionar a los grupos, y no una votación popular, que nos parece una tomadura de pelo", les compensó como banda.  La única tacha que recuerda es que "el equipo humano contratado para realizar el concierto nos trató con desprecio y con absoluta falta de profesionalidad, a nosotros y a las demás bandas", antes de coronar su razonamiento con la idea de que "los concursos sirven siempre y cuando se valore la propuesta artística y aporten un plus para los grupos como poder tocar en buenas condiciones o disfrutar de algún premio en metálico, porque los concursos que simplemente se aprovechan de las bandas para hacerse publicidad nos parecen una tomadura de pelo". 

Otro factor muy curioso de esta clase de concursos se colige con tan solo echar un vistazo a su palmarés: en muchos de ellos es fácil comprobar cómo a veces son los nombres secundarios, aquellos que han quedado en segunda, tercera o cuarta posición, los que han disfrutado de una carrera con mayor proyección.

Ese es el caso, al menos por el momento (porque aún es pronto para sustentar ninguna opinión concluyente), de Soledad Vélez, quien quedó en segunda posición en el concurrido certamen de Vinilo Valencia hace tres años, pero parece gozar ahora de una proyección mediática que aún no ha tenido ninguno de los cientos de competidores que por allí han pasado. En todo caso, ella piensa que su segundo lugar fue "merecido, porque la banda que lo ganó, que eran Modelo de Respuesta Polar, sonó realmente bien y disfruté muchísimo con su concierto". La chilena cree que, al fin y al cabo, la repercusión "es el resultado de muchas cosas, mucho trabajo y girar", y guarda un buen recuerdo de una iniciativa a la que llegó pensando que "nadie me haría caso", y que al final le reportó un eco que le permitió que gente empezara a escribirle, hasta que "un sello contactó conmigo, y así empezó todo para mí".

En definitiva, y tal y como nos comentaba Jorge Pérez, "toda piedra hace pared", pero la participación en un concurso de rock, con todo lo que tiene de plataforma para sortear el anonimato, no es más que el primer peldaño de una larga sucesión de pequeños pasos hacia adelante, que son los que al fin y al cabo moldean una carrera constante de cierta entidad. Y su variedad es tan amplia como la multiplicidad de intereses que los conforman. Lo único que queda meridianamente claro es que su futuro, dada la proliferación de bandas como esporas, está más que asegurado.

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