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VALENCIA. La comarca castellonense de Els Ports es una de las más remotas de la Comunidad Valenciana y que mejor conserva sus tradiciones y espacios naturales. En enero celebra las fiestas de San Antonio, una de las más peculiares de toda la Comunidad Valenciana.

Consciente del valor etnológico y estético de estos eventos populares, el fotógrafo valenciano Juan Carlos Barberá inició hace cuatro años un proyecto que se mueve entre la investigación y la crónica. Desde 2009 hasta 2012 recorrió todas las poblaciones de Els Ports en el norte de Castellón, yendo a localidades "donde durante el invierno no viven mas de treinta personas como Herbés, pero que en las fiestas se llena de vecinos del pueblo y de los de alrededor", y así poder captar cada uno de los actos singulares de la fiesta.

El resultado se puede contemplar en la actualidad en La Llotgeta de Valencia. Bajo el nombre de Fuego, demonios y santos, la exposición reúne una selección de lo mejor de este trabajo de cuatro años. La muestra se ha prorrogado hasta el 21 de febrero y permite al visitante realizar en apenas unos metros un viaje a las fiestas castellonenses, asistir a los rituales del disfraz o los vinculados al fuego, herencia pagana asimilada y rebautizada como cristiana, o ser testigo de la fiesta.

La escenificación de la vida del santo en una de las puertas exteriores de la iglesia de Santa María la Mayor en Morella, para la que se emplea la sacristía como camerinos; las procesiones y bendiciones de animales; las quema de barracas, conos naturales hechos con troncos de pino y cubierta vegetal de pino y matojos de la zona; los cruces por su interior una vez se queman las barracas; las bebidas espirituosas y los efectos del vino peleón; los trajes de demonio, los rostros y las personas de los pueblos... todo desfila ante el objetivo de Barberá, quien ha realizado un trabajo en la línea de Cristina García Rodero.

Para el fotógrafo valenciano lo más llamativo de esta larga experiencia fue el respeto que recibió, "sobre todo en la poblaciones pequeñas", por parte de los vecinos. "No tuve que oír ni una vez esa maldita frase que nos persigue allá por donde vamos a los que llevamos una cámara colgando: ‘hazme una foto'; ni tuve que soportar a gente que me pidiera por sus derechos. Nadie, de hecho, me dijo: ‘no me hagas fotos'", dice.

"En todos los lugares por donde anduve expliqué el trabajo que estaba haciendo sobre su fiesta, y en pueblos tan pequeños en cuanto lo sabe uno lo saben todos. Empezando por los críos y terminando por las personas mayores, todo el mundo fue muy respetuoso conmigo y con el proyecto que estaba realizando", añade.

Barberá quedó admirado de la organización con la que las localidades de la comarca se reparten los fines de semana de enero y febrero para que todos tengan su ‘Santantona' y puedan disfrutar durante este tiempo de la fiesta del pueblo de al lado, todas parecidas, todas diferentes. El propio Barberá no puede quedarse con una sola.

La experiencia, asegura, le ha permitido también sentirse como hace unas décadas, ya que era el único fotógrafo captando la fiesta en un momento en que "todo el mundo tiene una réflex", bromea. "Poder trabajar sin ‘competencia' fue curioso.
 Recuerdo que hubo días que estábamos a menos diez grados bajo cero y la mayoría del pueblo estaba en la calle. Pero creo que lo que más me impresionó es que
 en uno de los pueblos estuve un rato dentro de la barraca en llamas junto con los quintos que la organizaban; fue un honor, y una bonita experiencia para un valenciano que lo del fuego lo lleva bien dentro".