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CRÍTICA DE CINE

'12 años de esclavitud'
El brutal latigazo de Steve McQueen

ISRAEL ARIAS. 14/12/2013

MADRID (EP/CP). Desgarradora. Esta es la palabra que posiblemente mejor pueda definir a 12 años de esclavitud, la colosal película que firma Steve McQueen y que es, por derecho propio, una de las citas cinematográficas imprescindibles de la temporada.

12 años de esclavitud irrumpe en la cartelera española en un fin de semana difícil y al mismo tiempo que el blockbuster de la temporada, la nueva entrega de El Hobbit, pero con las siete nominaciones a los Globos de Oro recién salidas del horno. Un aroma suculento que llevará más público a las salas.

Pero su ya notable palmarés no es lo más destacado de la nueva película de Steve McQueen. Tampoco lo son sus indudables virtudes técnicas, ni su impresionante reparto. Lo más abrumador es que fue real, hubo un tiempo en el que existió un hombre que fue secuestrado y vendido como esclavo y que durante varios años fue despojado de todo rastro de dignidad para ser tratado como un animal de granja o, en el mejor de los casos, como una mascota.

Su nombre era Solomon Northup y en 1853 recopiló una docena de años de torturas y vejaciones en un libro que, con la ayuda del guionista John Ridley, ahora McQueen lleva a la gran pantalla.

Y lo hace en su película más monumental hasta la fecha. Lo es en el más amplio sentido de la palabra, comenzando por el metraje ya que sus dos obras anteriores, las notables Hunger y Shame, apenas alcanzaban la hora y media de duración. Al cineasta londinense le da tiempo a hacer más cosas, y la gran noticia es que casi todas las hace bien.

LOS SILENCIOS DE MCQUEEN

McQueen se toma tiempo y su obra respira más sin perder la intensidad de sus cintas precedentes. Incluso explora algunas fórmulas inéditas en su todavía corta pero magra filmografía a la hora de narrar su historia y acercarse a sus protagonistas.

Pero los momentos más brillantes, donde McQueen alcanza la más rotunda excelencia, siguen siendo, como en sus dos trabajos anteriores, esos planos quietos, en los que sus personajes no dicen, y a veces tan siquiera hacen, nada. Simplemente están ahí, ante nuestros ojos, invitándonos a pensar con ellos, a meternos en su cabeza y digerir lo que ha sucedido y lo que está por venir.

Y en 12 años de esclavitud McQueen nos conmina no solo a sentir el latigazo, sino en ocasiones también a propinarlo. Nos aguijonea para que demos un paso más y miremos a la maldad -en sus diferentes formas, por acción y por omisión- a los ojos y también desde dentro para que seamos capaces de ponerle rostro... e incluso sentimientos.

Un complejo cometido que consigue gracias a ese estilo seco y en ocasiones incómodo marca de la casa y otras herramientas tan preciosas como la deliciosa fotografía que vuelve a firmar Sean Bobbitt y la excelente, una vez más, música de Hans Zimmer. Sus piezas salpicadas por los cantos de los esclavos componen la excepcional banda sonora de una prodigiosa película.

ESCLAVOS Y NEGREROS

Y tales prodigios se soportan sobre los hombros de Chiwetel Ejiofor, el actor que se deja la piel, literalmente, en su interpretación de Solomon. Cada uno de los epítetos que hemos dedicado al conjunto de la obra de McQueen podría también servir para describir su trabajo, un imponente relato de la férrea determinación de un hombre decidido a hacer lo que sea necesario para sobrevivir. Oscarizable por derecho propio.

Y aunque él es el gran protagonista, es de justicia al menos nombrar a algunos de los notables secundarios que desfilan por este relato de la ignominia. Paul Giamatti, genial y detestable como traficante de esclavos cuyos sentimientos son "del tamaño de una moneda"; el ahora tan de moda Benedict Cumbertbach, un negrero amable que se autojustifica en sus circunstancias; un rabioso y odioso Paul Dano; Sarah Paulson, magnífica en su rol de execrable señora sureña; o Brad Pitt, que se reserva un papel pequeño pero muy amable como carpintero iusnaturalista y canadiense.

 

Particular atención merecen las otras dos patas básicas del banco en el que descansa el meollo de la cinta de McQueen: Michael Fassbender, el amo implacable y desquiciado que impone su voluntad con la Biblia en la mano y una botella en la otra, y Lupita Nyong'o, la esclava objeto de las filias y fobias de este desequilibrado. Inmensos.

Dos razones más, y ya son muchas, para dejarse azotar por certero latigazo de McQueen. Una película brutal y brillante a partes iguales. Un clásico desde su primer visionado.

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