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EL LENGUAJE DEL CINE

Sólo Dios perdona
Violencia y putas en Tailandia

MANUEL DE LA FUENTE. 01/11/2013 "Dirán que la película representa la condición humana y el deseo de venganza como motor de la historia, pero es lo de siempre, violencia gratuita, morbosa y sádica..."

VALENCIA. Es muy difícil eso de la cinefilia. Antes, un cinéfilo simplemente tenía que reivindicar que el cine es arte, un arte con mayúsculas, que las películas estaban a la altura de los frescos de Miguel Ángel o de los poemas de Petrarca, soltar cuatro palabras en francés para parecer muy culto y denunciar las contradicciones del sistema. Eso era lo guay y era muy sencillo de llevar a la práctica porque la cinefilia apenas estaba desarrollada y había pocas películas y movimientos que se saliesen del patrón de Hollywood. Era como el chiste del cavernícola adolescente, que llega con las notas del colegio a casa y el padre le dice: "Entiendo que suspendas en caza y pesca, pero no en historia, cuando sólo llevamos una página".

No obstante, con el paso del tiempo y la llegada de la postmodernidad, empezaron a salir como hongos propuestas cinematográficas diferentes, de modo que había que modificar los parámetros para ir por la vida como un cinéfilo interesante. Ya no bastaba con pontificar sobre la nueva ola francesa o el cine checo de los años 60, ahora había que buscar un nuevo nicho de especialización e interesarse por el cine coreano, iraní, vietnamita o mozambiqueño. Sólo existía una alternativa: disimular la ignorancia a base de pregonar en cada reseña o comentario sobre cine un modo de vida canalla, con imagen de perdedor perseguido por la incomprensión social, es decir, el "Boyero way of life".

Pero como había que ser muy moderno, había que buscar un elemento que definiera el cine contemporáneo, que lo separase de la vieja cinefilia. El objetivo era reivindicar siempre lo más nuevo, porque lo viejo suena a eso, a viejo, a anticuado. No quedaba guay hablar de las películas de John Ford o de Dreyer, porque hay que entender el arte actual: cualquier película anterior a la década de los años 70 era sospechosa de ser una mierda. La respuesta fue fácil: hay que reivindicar la violencia. El cine tenía que ser violento y mostrar violencia explícita, porque la sociedad actual se definiría, según esta visión de las cosas, por ser extremadamente violenta, y el cine violento reflejaría la sociedad en la que estamos. Claro, eso es porque las décadas de 1930 y 1940 habían sido un remanso de paz y amor.

De este modo, empezaron a aparecer sádicos disfrazados de cineastas, tipejos con el único interés puesto en purgar sus complejos, traumas y parafilias y venderlos como un análisis del comportamiento humano y de la podredumbre de las instituciones. Así, por un lado, Hollywood decía que la violencia era necesaria para preservar la democracia norteamericana, y lo demostraba con los Rambos, los Bruce Willis y compañía. Pero, por otro lado, con la excusa de ser modernos y avanzados, proliferó también el festival de vísceras, torturas y asesinatos en películas situadas supuestamente al margen del discurso mainstream. Para marcar la distancia, estos cineastas apelaron al hecho de que ellos no recurrían a la "violencia gratuita", que en sus casos siempre todo estaba al servicio del guión.

Se trata de una moda que han denunciado algunos como Michael Haneke. Pese a que es innegable que también tiene su punto sádico y morboso, por lo menos Haneke ha repudiado en numerosas ocasiones este gusto por el consumo de la violencia y el cinismo de realizadores como Quentin Tarantino. Bueno, pues Haneke ya puede apuntar el nombre de uno de los últimos que se han subido a este carro, el danés Nicolas Winding Refn, el nuevo chico listo dispuesto a ser el gurú de los modernos que esconden su miedo a envejecer pontificando sobre las excelencias de películas que sólo ofrecen sangre y música electrónica alternativa.

Nicolas Winding Refn ya lleva unos años en esto. Después de una primera película, titulada Pusher y realizada en 1996, que trataba sobre la mafia de las drogas en Dinamarca, poco a poco fue soltándose la melena y perfeccionando un virtuosismo técnico que, a modo de videoclip ochentero, escondía la vacuidad más absoluta y, por lo tanto, la complacencia con un sistema social al que supuestamente atacaba. Uno de los ejemplos más claros es el de su película de 2008 titulada Bronson. En ella, Winding Refn llevaba a la pantalla la vida de Michael Gordon Peterson, un delincuente considerado el más peligroso de Gran Bretaña, un auténtico tarugo que no para de liarse a leches con el primero que se le cruza y al que se le conoce con el apodo de Charles Bronson.

Se podría esperar que la película denunciase el sistema carcelario británico al mostrar la vida de un tipo de clase baja al que este sistema es incapaz de rehabilitar. Sin embargo, la película no era más que una sucesión de peleas, tortazos, mordiscos y huesos rotos, un auténtico sinsentido en el que los escasos diálogos sólo servían, como en una película porno, para dar paso a la siguiente pelea. Todo filmado de manera muy bonita, eso sí, con una planificación muy elaborada y con música estridente porque otra cosa no, pero Winding Refn es moderno a más no poder.

El reconocimiento internacional le llegó al cineasta poco después con Drive donde se repetía la fórmula pero metiéndola en una historia negra que remitía a películas como Código del hampa, la cinta de Lee Marvin que supuso la última actuación en el cine de Ronald Reagan. Con Nicolas Winding Refn subido ya a los altares, sus parroquianos le piden cada vez más. De modo que el nuevo ídolo viene ahora con otro de sus productos chorras ultraviolentos, titulado Sólo Dios perdona y protagonizado de nuevo, al igual que Drive, por Ryan Gosling.

En los primeros cinco minutos de la película ya tenemos asesinatos, sangre, torturas y mutilaciones. La historia transcurre en Tailandia y no es más que el típico relato de venganza: que te vas de putas (¿qué otra cosa se puede hacer en Tailandia?) y, oye, se te va la mano un poco y la matas, pues ya tienes el carnaval de venganzas organizado, con una especie de policía justiciero que busca al hermano del asesino, un chico impotente y un tanto gilipollas, y a su madre para cepillárselos. Por el camino, va por ahí con la katana cortando brazos y manos y arrancando ojos. Vamos, el tipo de policía que recibiría todos los homenajes de la Asociación de Víctimas del Terrorismo.

Los más sesudos fans dirán que la película representa la condición humana y el deseo de venganza como motor de la historia, que la película está desnuda de todo artificio porque lo importante es mostrar la violencia intrínseca de la sociedad. En realidad, eso no son más que excusas morales de colegio de curas para defender una película que es lo de siempre, violencia gratuita, morbosa y sádica revestida de una factura técnica elaborada y de muchas miradas de los personajes al horizonte, reflejando un apasionante mundo interior. Pues para ellos, que se coman los cinéfilos esta película y la programen las veces que quieran en los cinefórum del salón de casa. La película es una porquería alucinante, aburrida y absurda, un videojuego videoclipero que se hace más largo que un día sin pan. Por lo menos, las películas de Rambo tienen sentido del humor, por mucho que no sea material de cinefilia.

Ficha técnica
Sólo Dios perdona (Only God Forgives)
Francia, 2013, 90'

Director: Nicolas Winding Refn

Intérpretes: Ryan Gosling, Kristin Scott Thomas, Vithaya Pansringarm, Gordon Brown

Sinopsis: Un tío se va de putas en Tailandia y mata a una prostituta. Un policía justiciero aparece en escena para vengar su muerte. Empieza entonces un festival de sangre y el policía decide cortarle las manos al padre de la chica y cargarse a la madre del putero

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1 comentario

Nacho Pepe escribió
01/11/2013 08:16

Coincido plenamente con la película. He vivido en Bangkok (se puede sin irse de putas, aunque no es fácil) y después de leer las críticas me la vi todo esperanzado de despertar algunos recuerdos...pero los pocos exteriores quedaron eclipsados por el asco y el aburrimiento constante. Las miradas eternas al infinito no son nada al lado de las escenas gratuitas del policía cantando karaoke, donde no pasa a-b-s-o-l-u-t-a-m-e-n-t-e nada durante 5 minutos. Dos veces.

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