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El libro de los vicios: un elogio de la fealdad, la ineficiencia y la vida

ÁLVARO GONZÁLEZ. 28/10/2013 Un autor germano polaco arremete contra el mundo actual, contra lo moderno, en un delicioso libro de ensayos de humor ácido llenos de sarcasmo y desencanto

MADRID. Una de las mayores decepciones de mi generación, la de Beatriz Talegón, es que el futuro no es como lo habíamos soñado. Internet es un invento maravilloso, los smartphones son la pera, de acuerdo, pero nadie quería eso en el pasado. Queríamos naves espaciales y aerodeslizadores. Tan sólo Skype, con las videoconferencias, nos ha dado una pequeña dosis de sentirnos como Sean Connery en Atmósfera Cero. Pero cuidado, un detallito, él hablaba con su familia desde Júpiter.

El futuro es una gran mentira. Tenemos cachivaches muy modernos, pero no veraneamos en Marte. El Papa no visita la Luna. El Gobierno de Urano no tiene veleidades independentistas. Pero en la Tierra sí, todo es muy resplandeciente, muy liso, siempre con musiquita de fondo y aire acondicionado. 

El libro de los vicios del polaco afincado en Alemania Adam Soboczynski no parte de este razonamiento de niño fascinado por la ciencia ficción, pero su crítica al presente, el futuro, a su perfecta vanidad, es igualmente válida. Actualmente, todo es más previsible, las ciudades carecen cada vez más de una personalidad característica, se queja. Y además, la perfección que se nos exige, en forma de salud, belleza y deporte, es una tiranía insoportable.

En 29 capítulos que se los lee uno a velocidad absurda, como decían en La loca historia de las Galaxias para seguir con la analogía futurista, Soboczynski se carga todas las características propias del presente en ensayitos prototípicos del que ya empieza a ser un viejo caAdam Soboczynskiscarrabias. El lema de todo tiempo pasado fue mejor está muy desgastado, pero haga la prueba de coger esta obra, le dará la razón en casi todo. Siempre y cuando, claro está, no haga Usted del consumo de productos Bio y los viajes en el AVE leyendo su ebook una razón de vida.

Todo comienza cuando despiden al portero del bloque de pisos en el que vive alquilado. Una inmobiliaria británica los ha comprado y lo primero que ha hecho es cargarse al orondo, cervecero e inútil conserje. Al autor le llama la atención que lo hayan eliminado, no sólo laboralmente, sino también de forma nominal. Es decir, el nuevo que llega ya no es un portero, ahora lo llaman "Facility manager".

Tal atropello le recuerda a cuando se cambió el nombre de San Petersburgo por el de Leningrado. El nuevo encargado es más delgado, más joven y más rápido. Ya no queda nada de aquel hombre "que dominaba a la perfección el arte de estar orgulloso sin ningún mérito para ello". Que se destierren así las debilidades, los defectos humanos, le recuerda al célebre poema de Martin Niemöller, aquello de "los nazis vinieron a por los comunistas, pero guardé silencio, porque yo no era comunista...". ¿Cuándo le tocará a él?

Después la acción se sitúa en España, en un viaje a Barcelona. El vuelo fue como la seda, describe, encontró al llegar las mismas franquicias, la misma tienda donde compra sus muebles, la llave del hotel, una tarjeta, es igual que la de su apartamento, el váter, idéntico. Si no llega a ser "por las impertinencias arquitectónicas de Gaudí" no sabría que estaba en Barcelona. 

La última vez que había visitado la capital catalana, muchos años atrás, recuerda que un viejecito que le ayudó a encontrar una calle, terminó invitándolo a comer en su casa. Zampó deliciosos platos de cocina mediterránea con buen vino español y luego, el homUna calle del Raval, Barcelonabre dejó que su hija de 25 años le acompañara en un recorrido por la noche de la ciudad. Algo así, sostiene, hoy en día sería impensable. A cambio, en todas partes te dicen "¡Have a nice day!" en una amabilidad impostada que para él forma parte del trueque comercial. El verdadero lujo, explica, "es un gesto inesperado del que son incapaces los aduladores del ¡con mucho gusto!".

Con asco recibió, además, que en su ciudad, Berlín, hubiera una campaña patrocinada por el ayuntamiento para que todo el mundo fuese más amable y convertir a la capital en una verdadera "ciudad de servicios". Se llevó las manos a la cabeza. Él dice que prefiere las malas miradas o las ofensas antes que la amabilidad previsible. ¡Al menos son ciertas! Y la verdad no es un asunto baladí en nuestro tiempo.

También le saca de quicio a este pobre hombre la luz. Volviéndose a encontrar en Berlín con amigos que tenía en los años 90 se da cuenta de que casi no conocía sus caras. Entonces, los bares estaban tan oscuros que casi tenían que palparse para saber quién eran. Ahora las arrugas, las barrigas, los pelos rizados en lugares inoportunos se mostraban en todo su esplendor en cafeterías llenas de luz, resplandecientes, donde además una fachada acristalada les daba la sensación de estar en una vitrina del zoo, a la vista de todos los viandantes. Todos los edificios son acristalados, se lamenta, hasta la bóveda del nuevo parlamento alemán es de cristal. Todo para que el Gran Hermano pueda vernos todo el rato. En la era absolutista, apunta, la gente, el pueblo, apedreaba los faroles que ponía el rey en sus oscuras calles llenas de secretos. No en vano, tras la revolución, de estos mismos dispositivos colgaron a los seguidores del rey. Ahora, la guerra ha terminado. Han ganado.

Antes, sigue, se podía diferenciar un Opel de un Audi con los ojos cerrados. Ahora todo los coches son iguales en virtud a esa dictadura de la aerodinámica. Mismo mecanismo que el de la moda. Ésta es una de las partes más divertidas del libro, cuando explica por qué en Alemania ha desaparecido la camiseta interior de tirantes. Una amiga francesa le preguntó por qué todo el mundo llevaba en Berlín camisetas de mangas debajo de la camisa, aprisionándoles el cuello, cuando lo lógico es llevarla de tirantes, para que dé calor pero no se vea, y el cuello aparezca libre y destaque la camisa, que es lo que tiene que destacar.

Su ‘investigación` le lleva a concluir que fue por culpa de los obreros. En verano se les veía sólo con esas camisetas en plena faena, con manchas de cerveza y grasa de patatas fritas. Ahora, el hombre moderno, lleva camiseta de mangas debajo de la camisa como queriéndole decir al mundo: "Mirad, no llevo camiseta interior, no soy como el obrero que se hincha de latas de cerveza". Mensaje correcto, persona correcta, sentencia. 

Finalmente, habla del amor. Ahí cuesta más identificarse, porque lo ve desde un prisma exclusivamente alemán. Dice que en este país no hubo corte, carecieron de seducción efímera, distanciamiento ambiguo en el que se basa el erotismo, el tacto, de modo que en la actualidad "se profesa una fe que linda con la locura en la autenticidad de los sentimientos, la gente se deja llevar por todo, ve promesas donde no las hay". Por eso, una mirada en Alemania es una agresión, dice, y devolverla, "un lío infernal" porque no existen convenciones para tratar "el hechizo de lo fugaz".

En definitiva, si a Usted le entristece que se pueda recorrer Europa de Starbucks en Starbucks, le aburre acicalarse y odia que en todas partes atruene música precisamente porque le gusta, éste es su libro. Como dijo el sabio, cuando no te queda nada, siempre te quedará reírte.

EL LIBRO DE LOS VICIOS

Adam Soboczynski

Editorial Anagrama

163 páginas

Primera edición: junio de 2013-10-25

14.90 euros

 

 

 

 

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9 comentarios

08/11/2013 11:59

Viviendo en UK, le aseguro que no cuesta nada identificarse con lo que cuenta sobre el tema del amor y la seducción...

Santi escribió
01/11/2013 13:09

En general, a las necesidades del coche y del movimiento de dinero, sí. (Ahora que lo pienso, lo primero es un elemento del segundo conjunto de elementos).

galaico67 escribió
31/10/2013 16:16

No, si a mi lo nuevo y lo viejo no es que me de ni más ni menos, valores estéticos aparte, si yo voy directamente a por los valores practicos. Y esos valores, el arquitecto urbanista a sueldo de las corporaciones se lo ha pasado por el forro. Si quieres mantener un casco antiguo, una cosa es llevar la luz y el saneamiento, otra es el modelo de reforma y conservación y otra aumentar la ocupación , creciendo en altura, y la motorización en estos tradicionales carrers valencians de 2 metros de ancho y 50 cm de acera. O seguir con la practica de autorizar, allí donde se puede - se podía- aparcar el mismo crecimiento en altura sin dotar de plazas de garage a la edificación. No solo en Valencia, cualquier pueblo/ciudad/villa de esta Comunidad está atacado del mismo mal. Bueno, ahora podremos ver , otra vez, al urbanismo trabajar en la Blasco Ibañez, porque quien necesita un poblado maritimo teniendo siete meses de buen tiempo para echar un.. rato en la playa

Ananas escribió
31/10/2013 06:48

Es cierto que corrientes como las PAU infernales y el brutalismo han hecho mucho mal a las ciudades, pero aun asi pienso que en su momento incluso las casas de piedra del norte respondian a una utilidad practica (como tener balcon o el uso como cuadra del piso inferior). Es cierto que su conservacion merece la pena, pero es util para la gente que vive a diario?. Otro cantar es que se esten adoptando soluciones que respondan a las necesidades o no. Es un tema en el que se pueden tener muchos puntos de vista.

galaico67 escribió
30/10/2013 16:00

Pues yo creo que los arquitectos municipales y las norma de urbanismo si tienen una influencia notable en las ciudades. Coja usted un casco viejo con casas de dos alturas, naturalmente sin aparcamiento, y plante un edificio de 6 alturas y un buen garaje. Una vez puesto el primero, los demás van rodados. Luego compare el antes y el después. Pasese por la piedra la conservación de fachadas y observe lo que pasa con el paso del tiempo. Somos peores que el niño que aprieta un pajaro que le gusta y lo mata. El, al menos, puede aprender y sostener otro pájaro sin matarlo. Nosotros queremos tanto a nuestras ciudades y paisajes que-literalmente- los destrozamos de forma irreversible. Todo sea por una primera linea de playa o por presumir de apartamento chic

Ananas escribió
30/10/2013 06:09

Me intriga el libro, espero que exista una version electronica. No me convence mucho el argumento de perdida de encanto de las ciudades. Creo que las calles se van modelando por la gente que vive en ellas, a pesar de las afrentas urbanisticas por parte de los arquitectos. En el fondo todo antes molaba mas.

Álvaro González escribió
29/10/2013 21:37

Muchas gracias por los comentarios. Especialmente a usted, Bar Code.

Pacou escribió
29/10/2013 19:05

Yo llegué un poco antes que Bar Code, en 1980, y subscribo todo lo que dices. Además, en aquel momento, los chóferes de la SALTUV eran todos del MC o de la LCR y tenían el "Combate" o algún otro papel similar justo al lado del volante

Bar Code escribió
29/10/2013 11:46

Dos frases, ambas subrayadas por el autor, llaman mi atención y solicitan una apostilla. La primera es "las ciudades carecen cada vez más de una personalidad característica". Quien esto escribe llegó a Valencia con 16 años en 1984. Las calles se inundaban en cuanto caían cuatro gotas, y las aceras estaban peor que ahora, pero la ciudad era maravillosa. Los míticos chóferes de la SALTUV te llevaban a todas partes en aquellos autobuses con asiento de madera. Los arquitectos municipales hacían su trabajo y todas las fincas tenían su terrado, en vez de los áticos, buhardillas y mansardas que hicieron después. El cauce viejo del río era un descampado en que podías jugar al fútbol y, por Pascua, volar el cachirulo. En el museo de San Pío V, que todavía era el monasterio original sin los acristalamientos que añadieron luego, había unos bancos de madera que databan probablemente de la fundación del mismo (del monasterio, no del museo). Se iba a discotecas como Espiral, en la que podías encontrarte a toda la gitanería de l'Horta Nord, o Barraca (era justo antes de la Ruta del Bacalao). En los merenderos de las Arenas (en la Pepica, en la Marcelina), podías sentarte en la parte de atrás y la mesa estaba puesta en la arena. Te pedías una cazuela de clóchinas y unos dobles y te quitabas los zapatos. Luego hicieron la mierda del paseo y todos esos momentos se perdieron en el tiempo como lágrimas en la lluvia. No perdono a Ricard y a Clementina el haber hecho la primera mierda, el Palau de la Música. Sí es verdad que el arbolado que pusieron delante, con su césped y sus arbustos, vino de perlas para follar en las noches de verano (hablo de los primeros 90; no se cómo estará ahora la cosa). Luego siguieron "arreglando" el río tramo a tramo hasta acabar del todo con aquel lugar sorprendente y auténtico. Ahora todo el río es como una prolongación del cuarto de estar. Pero sobre todo no perdono a Calatrava. Ni a Rita, que hizo posible a Calatrava. No dudo que ahora vengan más turistas ignorantes, y es cierto que hay cosas que ni Rita y Calatrava han podido destruir: el Mercado Central, continente y contenido, y ese cielo azul único que pintó Sorolla, iluminado por la luz reflejada en la Albufera. Y el mar... Todo lo demás se lo han cargado. Valencia era antes una ciudad con personalidad; no necesariamente bonita, pero decididamente con personalidad. Ahora es una ciudad como otra cualquiera. Fea, con esa fealdad vulgar que insulta y hace daño a la vista. La segunda frase, que desde luego se ha convertido en un lugar común, es "todo(s) los coches son iguales en virtud a (sic) esa dictadura de la aerodinámica". Ojalá. Si los coches los diseñaran los ingenieros serían sin duda mucho más aerodinámicos. Pero los coches los diseñan, en cuanto a su apariencia, unos "artistas" que priman una estética deportiva o musculosa que supuestamente gusta a los compradores. Así que todos los coches en efecto se parecen, pero no en ser aerodinámicos sino en no serlo. La ciencia aerodinámica, por ejemplo, prescribe que no haya aletines, es decir, que el cerco de la carrocería alrededor de la rueda (lo que se llama la aleta) sea liso para no perturbar el flujo de aire. Sin embargo, todos los coches actuales llevan unos aletines bien visibles para parecerse a los Audi o los BMW... Así, los aletines que nacieron en la competición para ampliar el paso de rueda cuando se utilizaban llantas más anchas que las de serie se han convertido ahora en un elemento prácticamente obligatorio incluso en las furgonetas de reparto. Si alguien se atreviera a diseñar un coche que no aspirara a parecerese a los Audis y BMWs, un coche verdaderamente aerodinámico, por supuesto sin aletines e incluso con las ruedas traseras cubiertas por las aletas, digamos como un Citroen DS "Tiburón" pero con los avances actuales en diseño y construcción, no sólo conseguiría una aerodinámica más eficiente que cualquier otro sino que además conseguiría diferenciarse del rebaño.

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