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MADRID OLÍMPICO 2020

Dudosos beneficios

GERARD LLOBET. 07/09/2013 "¿Deberíamos alegrarnos de no haber sido escogidos para los Juegos de 2012 y 2016?"

VALENCIA. Organizar unos Juegos Olímpicos es, probablemente junto con la construcción del  AVE, uno de los mejores ejemplos de diferencias de opinión entre los políticos y ciudadanos por un lado y economistas por el otro.

Mientras que los primeros están a favor, los economistas tienden a manifestarse en contra (en este mismo blog, por ejemplo, aquí y aquí). El caso de Madrid 2020 es prototípico en este aspecto. Los ciudadanos de Madrid lo apoyan en un 80% según datos de la misma candidatura. La situación actual de crisis y la necesidad de reducir el déficit han hecho que otros países como Italia se retiraran de la carrera para organizar estas olimpiadas.

En este sentido, medios como el Wall Street Journal eran hace unos meses muy críticos sobre la decisión de Madrid de continuar en la carrera. El pasado 18 de marzo la Comisión de Evaluación del Comité Olímpico Internacional (COI) llegó a Madrid para estudiar los progresos de la candidatura Madrid 2020. Éste es, por tanto, un buen momento para repasar lo que sabemos sobre los beneficios de unos Juegos Olímpicos.

Los partidarios de organizar unos Juegos Olímpicos argumentan que sus efectos positivos son de dos tipos. Por un lado, conllevan un incremento directo de la actividad económica, bien sea por el incremento en la inversión y la ocupación en la construcción de equipamientos como también en el incremento del turismo. Por otro lado, se argumenta que los juegos pueden tener repercusiones positivas a largo plazo para el país que los alberga.

Sin embargo, revisiones de la literatura sobre eventos deportivos como Coates y Humphreys (2008) muestran que la mayor parte de los trabajos al respecto apuntan a que los efectos contemporaneos van más bien en dirección contraria. Un resultado establecido desde artículos como Baade y Dye (1988) (y posteriormente Baade y Sanderson (1997), Hudson (1999), Coates y Humphreys (2001, 2002)) es que tener una franquicia de un equipo de deporte profesional (de baloncesto, futbol americano o beisbol) en Estados Unidos no tiene impacto sobre la actividad económica, la renta o la ocupación de una ciudad. En cuanto a las nuevas actividades, la construcción de un estadio no tiene efectos significativos sobre la ocupación en el sector de la construcción (Miller, 2002).

La llegada de una nueva franquicia de uno de los cuatro mayores deportes en Estados Unidos puede incluso tener un efecto negativo sobre la renta per cápita de las ciudades que la reciben (Lertwachara and Cochran, 2007). Otros artículos como Porter (1999) confirman el efecto negativo de megaeventos como la Superbowl en Estados Unidos sobre la actividad económica de la ciudad.

En cuanto a los juegos olímpicos, la evidencia apunta en la misma dirección. Baade y Matheson (2002) (el documento de trabajo aquí) estiman que el ayuntamiento de Atlanta y el estado de Georgia gastaron cerca de 1600 millones de dólares en los juegos olímpicos de 1996 creando un máximo de 25 mil puestos de trabajo permanentes. Es decir, cada puesto de trabajo costó más de 64 mil dólares. Madden (2006) estudia el efecto de los Juegos Olímpicos de Sidney sobre la economía australiana. Aunque tuvieron un efecto positivo sobre el estado que los albergó, el efecto total sobre la economía del país fue negativo.

Así que no es sorprendente que en una encuesta llevada a cabo por Whaples (2006) entre miembros de la American Economic Association sobre si los estadios deberían recibir subsidios públicos por parte de la ciudad solo el 5% de los economistas se declararan a favor.

En cuanto a los efectos a largo plazo de los Juegos Olímpicos, Rose y Spiegel (2011) (el documento de trabajo aquí) proporcionan probablemente uno de los análisis más convincentes. Los resultados apuntan a que los países que albergaron unos Juegos Olímpicos experimentaron un incremento muy significativo y permanente de su comercio exterior de cerca de un 30%.

Sin embargo, esto no significa que los Juegos Olímpicos fueran la causa de este incremento en el comercio. De hecho, los países cuyas ciudades también optaban a participar en los juegos obtuvieron un incremento en el comercio de una magnitud parecida. Los autores construyen un modelo que muestra como querer organizar unos juegos olímpicos es una manera que tienen las ciudades (y sus países) de señalizar que han llevado a cabo reformas orientadas, por ejemplo, a liberalizar su comercio y han aumentado su apertura al exterior. Esto también explicaria por qué los efectos de organizar unos Juegos Olímpicos es independiente de si son de invierno o verano y tienen magnitudes parecidas en el caso de las exposiciones universales.

El efecto positivo de los juegos olímpicos no se debe, por tanto, a las infraestructuras que se construyen para los mismos. De hecho, es difícil argumentar que gran parte de las inversiones necesarias para albergar unos Juegos Olímpicos tendrán repercusiones positivas a largo plazo en la economía de un país. Muchas de las infraestructuras serán infrautilizadas.

Lo sabemos bien en Madrid, por ejemplo, con el caso de la Caja Mágica que costó 300 millones de euros y a la que aún no se le ha encontrado mucha utilidad. Sus últimos y esporádicos inquilinos la dejaron en 2012 y el ayuntamiento terminó encontrándole un curioso uso como hangar para una  escudería de Fórmula 1 que recientemente desapareció. Puestos a invertir en nuevas infraestructuras, ¿no sería mejor hacerlo sin estar atados a un propósito determinado?

Es difícil pensar que los organizadores no saben la poca rentabilidad social que conllevan este tipo de eventos. Y, sin embargo, reciben un gran apoyo político. Se me ocurren motivos de lo más variado. Parece claro que permiten que la ciudad atraiga inversiones por parte del Estado que de otra manera se podrían llevar a cabo en otras ciudades. También constituyen un ejemplo claro de "panem et circenses". Finalmente, la exposición mediática que el éxito de un evento de estas características conlleva es un atractivo irresistible, que permite a los políticos ponerse medallas (nunca mejor dicho) delante de los ídolos mundiales del deporte.

Muchos de los resultados anteriores son conocidos por los que hemos vivido en Barcelona los años anteriores y posteriores a los Juegos Olímpicos de 1992. Este evento cambió la ciudad, en gran parte porque se convirtió en la excusa para llevar a cabo las infraestructuras que Barcelona había planificado desde hacía varias décadas para la expansión de la ciudad.

Los Juegos Olímpicos y la Expo de Sevilla además cambiaron la percepción de España en el extranjero. Sin embargo, el Madrid de veinte años después tiene un nivel de infraestructuras de primera fila (además de su porción de elefantes blancos) y España está ya establecida internacionalmente. ¿Deberíamos alegrarnos de no haber sido escogidos para los Juegos Olímpicos de 2012 y 2016?
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* Este artículo es una reproducción autorizada del blog Nada es Gratis

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1 comentario

izaskun García Azcarraga escribió
07/09/2013 14:06

En resumen, que hay unos que los gestionan bien y acaban teniendo beneficios(Los Angeles. p.e.)........y hay otros como les paso a los JJ.OO de Montreal, que los gestionan mal y acaban poniendo un impuesto a los ciudadanos durante 25 años para pagar las perdidas.Pero eso pasa con todo, ¿o, no? Quizás haya que tener presente a Krugman, que decía que habría que inventarse una invasión extraterrestre para dinamizar la economía, .........y bien mirado que son los JJ.OO, sino una invasión temporal de extraterrestres. Lo que no cambia en ningún caso es el poco aprecio de Valencia Plaza, a los Eventos y Centros Temáticos. ¿Que serían mis mañanas sin este periodico? Aunque se nota las ausencias de los comentarios de Cruz Sierra y de Manuel Illueca.

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