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Aquellos capitanes de empresa

RAMIRO REIG. 10/03/2010

 

''Las grandes corporaciones del siglo XX'

Hoy se presenta en la Fundación de Estudios de CC.OO. el libro Las grandes corporaciones del siglo XX del que soy autor. El director de este periódico me ha pedido que ofrezca una breve síntesis con el imprudente propósito de darle publicidad (para algo están los amigos) y sospecho que con la secreta intención de que me una a la campaña empresarial de esto solo lo arreglamos entre todos. Porque el libro, como apunta su título, es una explanación histórica de la función empresarial y de su contribución al desarrollo económico y en este sentido podría ayudar a reanimar la moral de la tropa.

Una de las paradojas más notables de las teorías económicas dominantes es que raramente se relaciona la destrucción de empleo con la destrucción de empresas, a pesar de que ésta ha sido sistemáticamente planificada y llevada a cabo en los últimos treinta años. No es casual que el final del pleno empleo coincidiera con el cambio del paradigma económico, pasando del productivismo a la exaltación del enriquecimiento financiero.

La función de las empresas dejó de ser la de crear bienes y servicios y se centró en crear valor para el accionista, cosa que se conseguía mediante disparatadas absorciones, el troceamiento de las absorbidas y la reventa a mayor precio de lo que quedaba. Como ha escrito recientemente Krugman la Bolsa dejó de estar al servicio de las empresas, para proveerlas de capital, y pasó a servirse de ellas, especulando con su valor y obligándolas a rendimientos cortoplacistas que las llevaron a la ruina.

La vuelta al paradigma productivista parece que tendría que ser la prioridad de la agenda, pero no me encuentro capacitado para decir cómo. En el libro me limito, como un beduino en el desierto, a contar historias de los antepasados, historias de capitanes de empresa, aventureros, conquistadores y piratas, que de todo hubo, empeñados en el triunfo.

Personajes singulares cuya única finalidad no fue ganar dinero sino crear una empresa, engrandecerla y convertirla en un imperio que fuera útil a la sociedad. Henry Ford despreciaba a los banqueros, a los que llamaba parásitos sociales, y nunca quiso cotizar en bolsa. Al Wall Street Journal que le criticó por esta razón le retiró la publicidad. Solo tuvo una obsesión, que todas las familias americanas pudieran tener un Ford T en la puerta del granero y no paró hasta conseguirlo. Cuando se retiró el modelo se habían vendido 15 millones de coches en todo el mundo.

En otros dominó el espíritu patrimonial, el deseo de perdurar en la empresa, de imprimirle su sello. El actual director del New York Times es el bisnieto del fundador y el periódico ha permanecido siempre en manos de la familia. Michelin no solo ha sido una empresa familiar hasta nuestros días sino que se ha enorgullecido de su peculiar cultura. De los treinta mil obreros de Clermont Ferrand se decía que nacían, vivían y morían en Michelin, pasando por el jardín de infancia, la escuela de aprendices, los campamentos, las viviendas de la empresa, el dispensario, el club de jubilados. ¿Qué es eso de los contratos temporales? hubiera preguntado con asombro Edouard Michelin.

En algunas empresas se ha cumplido la tesis de Gerschenkron de que el fervor patriótico ayuda a los second comer a recuperar el tiempo perdido. Los fundadores de las tres grandes multinacionales italianas, Fiat, Olivetti y Pirelli, fueron hijos del Risorgimento (Pirelli luchó en las tropas de Garibaldi) empeñados en convertir la nueva Italia en un país industrial.

El fundador de Sony, Akiro Morita, tenía veinte años cuando su país fue derrotado por los Estados Unidos y se juró a sí mismo que algún día les vencería en el terreno de la paz. Sony comenzó reparando las radios vendidas como chatarra por los americanos y, al cabo de unos años, la mayor alegría de Morita fue ver ondear la bandera japonesa en el edificio de la empresa situado en la quinta avenida neoyorquina.

El anciano beduino sigue hablando y contando historias bajo las estrellas. Recuerda el papel de la empresa pública en la formación de un poderoso complejo aeronáutico en Europa. Habla con admiración de la estrecha relación entre las empresas químicas alemanas (Basf, Hoescht, Bayer) y unas universidades que privilegiaban la investigación. Cuenta la apasionante aventura de la Wells and Fargo, la empresa de diligencias del Oeste, origen de la American Express, que para transportar dinero con seguridad sustituyó el amenazador Winchester por la pacífica tarjeta de crédito.

No oculta las sombras, la implacable brutalidad de Rockefeller en la eliminación de los competidores, la sinuosa diplomacia de mister Watson (IBM) para conseguir los contratos de la administración, la ignominiosa colaboración de la I.G. Farben con el régimen nazi.

Pero bueno, le interrumpe el director de este periódico, todas estas historias ¿para qué sirven? El beduino se queda sin respuesta y no recuerda ningún empresario que exigiera para ponerse en marcha la reforma del mercado de trabajo o la rebaja de las pensiones.

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1 comentario

10/03/2010 16:26

He tenido la suerte de disfrutar de las clases de Ramiro Reig, de ser compañero y poder honrarme con su amistad. También tuve la suerte de trabajar para la empresa del ‘sinuoso Watson’, autor de un catecismo empresarial en el que entre otras cosas afirmaba que el respeto a la persona consiste en no hacerle pagar por decisiones que no ha tomado, principio que violan hoy los mercados desregulados y las contrarreformas que desde la ‘economía de todo a 100’ se defienden. Y hoy casualmente, he repartido en clase un artículo de otro beduino, Luís de Sebastián, publicado en 1993 que llevaba el iluminador título ‘Encadenar a tiempo al gigante especulativo’ y en el que pronosticaba los desastres que las burbujas especulativas causarían si seguía la desregulación y la servidumbre respecto a los mercados financieros globalizados. Nadie le hizo caso. Pues bien, algunos viejos industriales y los viejos beduinos como Ramiro o Luís de Sebastián sirven, entre otras muchas cosas, para demostrar que siempre hubo y hay otras teorías alternativas que nunca han legitimado el abuso y la explotación, que no es verdad la mentira propagada ahora por los Greenspan y otros de que hemos aprendido ahora que los mercados no se regulan, que no son ciertas las teorías divulgadas en los modelos macro basados en ficciones arropadas con formalismo cientifista que siguen campando como si nada hubiera ocurrido. Que esas teorías no son la expresión depurada de leyes naturales ineludibles, sino elaboraciones muy concretas que se pueden y se deben cambiar. Hay que prestar más atención a la sabiduría de los viejos beduinos.

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